Esa consideración está plasmada en los informes de organismo de la sociedad civil como el Foro Social de Deuda Externa (Fosdeh), en los que se hace referencia a dos datos puntuales: el 74 por ciento de la población es pobre y el 54 por ciento viven en la miseria.

Los reportes del Instituto Nacional de Estadísticas (INE), remiten a indicadores, según los cuales, siete de cada diez hondureños no tienen los suficientes recursos para cubrir las necesidades primarias.

Son muy similares los resultados que arrojan los estudios del Consejo Hondureño de la Empresa Privada (Cohep), en el sentido que la pobreza creció diez por ciento en la década reciente, en razón de uno por ciento cada año.

La precariedad laboral y la falta de empleo son dos situaciones que desencadenan la pobreza. Los registros de la iniciativa privada subrayan que de una masa de cuatro millones de hondureños que forman la fuerza laboral, 350,000 están desocupados y dos millones y medio se encuentran subempleados.

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Los segmentos críticos estiman que anualmente ingresan en las filas de la pobreza entre 200,000 y 250,000 personas que buscan trabajo, pero que encuentran las puertas cerradas a su solicitud de trabajo.

Con base en esos datos, los expertos sostienen que entre 2022 y 2023 la pobreza se ha elevado y seguirá en aumento si no son coordinadas políticas a favor de la estabilidad institucional, seguridad jurídica, atracción de capital extranjero, creación masiva de empleos y alivio de la pobreza.

La economía nacional está asfixiada, básicamente por dos circunstancias: la primera es por la disminución de las reservas internacionales que hasta el 31 de agosto se ubicaban en siete mil 707 millones de dólares, equivalentes a cinco meses de importaciones.

Y la segunda está relacionada con la extrema dependencia de las remesas. Los mismos informes del Banco Central detallan que al cierre de julio las divisas enviadas por los hondureños que viven fuera del país sumaron 5,305.8 millones de dólares.

La falta de empleos, la inflación, el deterioro de los servicios de educación y de salud, así como la convulsión política que impide el debate de los problemas del país, aprisionan a la mayoría de los hondureños que no tienen una vida digna.

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