A 2028, la inversión doméstica bruta se habrá reducido en 3.4 por ciento del Producto Interno y el ahorro nacional retrocedería en cuatro puntos en cinco años.

Son signos importantes del decaimiento de nuestra economía a resultas de una mala gestión, de la ausencia de una política pública para dinamizar nuestro aparato productivo, y de la falta de una estrategia para enfrentar situaciones de crisis provocadas por el entorno local e internacional.

Estamos expuestos a sufrir consecuencias prolongadas de la confrontación bélica entre Rusia y Ucrania; encima, no sabemos qué alcances pueden tener sobre nuestra economía los ataques de los fundamentalistas palestinos contra Israel. Al menos, no han sido puestas en perspectiva por nuestras autoridades.

Estas dos circunstancias se conjugan con el conflicto regional generado por la disposición de Costa Rica de exigir visa consular para el ingreso de hondureños, y que podría hacer crisis en caso de que ambos países no encuentren una salida inmediata.

Nuestros indicadores retratan una situación especialmente desventajosa: la pobreza sobrepasa el 70 por ciento, la informalidad en la actividad productiva es de 80 por ciento, las reservas internacionales han caído en más de 700 millones de dólares este año, mientras la inversión extranjera se ha deslizado en 40 por ciento.

La reducción de la pobreza, la generación de empleo, la recuperación de la inversión nacional y extranjera y, en general, el progreso de nuestro país depende de que nuestra clase política abandone su voracidad de poder y que allane el camino del diálogo, del entendimiento y de un compromiso profundo con el desarrollo de este país.

Porque una mirada al enjambre de los problemas que tenemos enfrente nos lleva a una verdad tajante: la desgracia de los hondureños tiene una relación íntima con la improvisación y la politiquería que ha sido alimentada por los gobernantes de turno. Con ello, han arrastrado nuestra economía y lesionado los postulados de la justicia social.

Son los políticos nuestros, los anteriores y los actuales, quienes han colocado los grandes obstáculos a la reducción de la miseria, la llegada de la inversión, la creación de fuentes de ingresos y el alza de la productividad y de la competitividad.

Los líderes de la sociedad civil interpretan que los hondureños observamos un desafortunado espectáculo de histriones que han estado y que se encuentran metidos en el ejercicio del poder en Honduras, pero que no tienen el mínimo interés en reivindicar el compromiso de transformar este país.

Hemos caído a los escalones de estancamiento económico y precariedad social. Hay que revertir ese estado de cosas mediante un pacto entre los gobernantes y los principales actores de nuestra realidad, sobre todo aquéllos que generan riqueza.

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