Definitivamente es una adversidad para nuestro país el hecho que los profesionales de nivel superior se enfrenten a reducidas posibilidades de encontrar un trabajo.

Es significativo el número de personas que han sido formadas en las aulas universitarias y, sin embargo, quedan frustradas en su legítimo anhelo de acceder a una oportunidad para ejercer sus competencias.

Los estudios revelan que nada más el 40 por ciento de los egresados logran insertarse en la población económicamente activa, aunque otras evaluaciones señalan que este porcentaje se reduce al 20 por ciento.

Tenemos un panorama sombrío. En promedio, seis de cada diez jóvenes que culminan sus estudios superiores son excluidos del mercado laboral hondureño y no avanzan en su realización profesional.

Son profusos los análisis que indican que la falta de espacios para los profesionales universitarios se explica porque la oferta de capacidades crece de manera desmesurada en comparación con la demanda de fuerza calificada.

El asunto debe ser llevado a profundidad, pues el alto nivel de desocupación ha hecho que en Honduras se implante lo que muchos especialistas dan en llamar la "pobreza ilustrada".

Se trata de un fenómeno que hay que atender, porque genera un sentimiento de desilusión entre quienes son instruidos en los centros superiores con la finalidad de contribuir con el progreso del país, pero que encuentran cerradas todas las puertas.

De paso, esta situación de la que nos ocupamos en el presente comentario, deja al descubierto que las autoridades del país, las pasadas y las presentes, han actuado con indiferencia y con asombrosa irresponsabilidad ante. Han debido reestructurar la relación entre las oportunidades y las capacidades profesionales.

Nuestro mercado laboral es caótico y su proporcionalidad no responde a las exigencias de hoy día para generar conocimiento productivo en Honduras.

La raíz de todo está en que no contamos con una política que determine cuál debe ser el enfoque de los planes y programas académicos, con miras a ampliar las avenidas de desarrollo del país.

Conviene que el sistema educativo experimente una reorientación cualitativa, de manera que la formación de talento humano altamente calificado tenga correspondencia con la demanda laboral y con las necesidades del país.