Justamente por esta razón es que más hondureños son objeto de la exclusión económica y la marginalidad social. Los gobernantes se han valido de la masa de pobres para escalar al poder y hacer populismo.

Es suficiente con revisar las cifras para concluir que han sido un fracaso y una mentira las políticas de inversión social: el porcentaje de hondureños en pobreza y en indigencia creció en 15 puntos en sólo tres años y no precisamente por la pandemia ni por los fenómenos naturales, sino por la imposición de un modelo económico regresivo y excluyente y, desde luego, por una cultura de corrupción que ha permitido saquear los fondos dirigidos al alivio del subdesarrollo humano.

Las estimaciones más modestas apuntan que en las dos décadas recientes se han destinado unos 500,000 millones de lempiras en la reducción de la pobreza.

Lo incomprensible es que esta condición haya subido a 80 por ciento y que, con toda seguridad, llegue a más por la alta tasa de desempleo, la galopante inflación y el decadente aparato productivo, sin contar con las amenazas externas de una crisis alimentaria mundial.

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El Presupuesto de este año destina 71,000 millones de lempiras a la inversión pública; unos 47,000 millones, el 67 por ciento, estarían orientados específicamente al sector social.

Sin embargo, la improvisación con que es manejado el tema social, la opacidad en la gestión de los fondos y el acento con más sesgo político que se da al quehacer gubernamental, pintan un entorno bastante incierto en cuanto al impacto de los programas que se ha previsto que sean desarrollados para llevar beneficios a las comunidades postergadas.

Una población de 250,000 personas que cada año buscan trabajo sin encontrarlo se suman a la masa de pobres. ¿Qué hacer con este enorme grupo de hondureños excluidos? ¿Qué destino les espera a ocho de cada diez compatriotas que viven en desamparo social, en vulnerabilidad alimentaria y sin acceso a la educación ni a la salud?

Los políticos deberían de estar preocupados por las manifestaciones de descontento social que cada vez ejercen presión en un país como el nuestro que está a punto de sucumbir.

Están más afanados en medrar en un aparato gubernamental “gordo” donde reina la burocracia parasitaria, en manosear la tarea legislativa y en repartirse el sistema de justicia.

Los hondureños vamos a seguir en el círculo de la pobreza mientras no exista una planificación del desarrollo nacional y en la medida en que se impongan las ambiciones de la desprestigiada clase política, tanto de derecha como de izquierda, de afianzarse en el poder, sumergirse en la corrupción y arroparse en la impunidad.

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