Faltan algunos meses para las elecciones internas y los comicios presidenciales que están previstos para marzo y noviembre de 2025, respectivamente, pero el nivel de confrontación y de violencia que ha alcanzado el discurso político causa especial preocupación. Distintos sectores de opinión pública han externado su inquietud por el matiz que puede tomar la actividad política, particularmente entre los partidos Libertad y Refundación (Libre), Liberal y Nacional, que son los de mayor caudal electoral. Los politólogos y dirigentes de organismos de la sociedad han expuesto que este comportamiento hostil ha tenido su génesis en Libertad y Refundación, el partido en el poder. El más reciente episodio es el que tiene entre sus principales actores al titular de la Comisión Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación (CONDEPOR), Mario Moncada, quien –dicho sea de paso- es el hermano de la aspirante presidencial por Libre, Rixi Moncada. Este burócrata ha expresado una invitación que ha sido condenada. Y es que nada más y nada menos ha invitado a los colectivos de Libre a que reciban con machete en mano a los líderes y dirigentes del Partido Liberal cuando lleguen a las ciudades a pedir el favor del sufragio. ¿Irresponsabilidad, exbrupto, temeridad de Moncada? Lo cierto es que sienta un precedente funesto en la actividad política que es muy susceptible a las expresiones de violencia extrema. Dirigentes de la Juventud Liberal se han pronunciado y han pedido que se abran las investigaciones sobre lo declarado por el cuestionado burócrata, a quien se le tiene como “incitador a la violencia”. Las luchas internas en Libre, entre el grupo que apoya a la aspirante oficialista, Rixi Moncada, y el sector que postula a Jorge Cálix, desembocaron en la renuncia del diputado y su emigración a las huestes del liberalismo. En el seno de Salvador Honduras, también existe una división que, aunque no llega a su grado de violencia, sí crea fisuras en la institucionalidad partidaria del país. Viene a propósito la reflexión que ha expresado la representante de la ONU en Honduras, Alice Shackelford. La funcionaria ha sostenido textualmente: “las palabras pueden convertirse en armas y conducir a la crueldad y la violencia. La incitación al odio es un peligro para todos y combatirla es tarea de todos”. La clase política cayó en el descrédito hace mucho tiempo. Parece que no existe compromiso de descifrar la voluntad del pueblo, adecentar sus pasos y volver por los fueros de la honradez, el liderazgo genuino y la estatura del estadista que todavía no alcanzan la mayoría de quienes aspiran a dirigir los destinos de este país.