Dice una conocida máxima: “La voz del pueblo, es la voz de Dios”.

El significado de esa sentencia es contundente; por tanto, éste es el principio al que debieron acogerse quienes han estado al frente de la administración del Estado de Honduras y en el que han de fundamentarse los que actualmente tienen responsabilidad en la toma de decisiones.

La historia de nuestro país señala que no siempre los depositarios del poder han atendido el deber asumido con el pueblo ni respondido a sus demandas más sentidas.

Ahora mismo estamos empantanados en muchos problemas y el entorno parece sombrío. Como si no fuera suficiente con la epidemia del dengue, estamos amenazados por la peste del coronavirus que rápidamente se ha expandido por todo el mundo.

De otro lado, los pronósticos sobre las condiciones meteorológicas que primarán este año no pueden ser peores. La época de sequía será intensa y las lluvias registrarán acumulados muy bajos, lo que desembocará en un raquítico rendimiento productivo y en un riesgoso nivel de seguridad alimentaria.

El acoso y las ejecutorias de los criminales organizados rayan en el salvajismo. Las tasas de homicidios, feminicidios, ataques contra grupos vulnerables como son los transportistas, se han disparado y colocado entre la espada y la pared.

Si nos referimos a nuestros problemas estructurales, hemos de concluir que continuamos encallados en la línea de la desigualdad social, de la pobreza, la falta de empleo, el alto costo de vida y las oportunidades limitadas de acceso a los servicios esenciales de salud y educación, para solo citar unos cuantos ejemplos.

Ocurre que quienes han manejado los temas de interés nacional han invertido las prioridades o nos han mantenido entretenidos en discusiones estériles, en polémicas fabricadas y en escenarios construidos sobre la base de puros intereses de grupo.

No hemos podido trazar una ruta de atención a los verdaderos problemas del país. Hemos vivido dando vueltas alrededor de escándalos, de reacciones o de especulaciones, buscando respuestas a medias, pero no soluciones determinantes.

¿Cuándo vamos a dejar de colocar parches y de gravitar sobre la periferia en lugar de ocuparnos de los asuntos capitales; vale decir, de nuestras verdaderas prioridades? Todo sea por el bien de todos los que anhelamos construir esperanza, riqueza y prosperidad en Honduras.