El fundamento de la contraofensiva que inició en junio era la esperanza de que los soldados ucranianos, tras entrenar en Alemania, y equipados con modernas armas occidentales, recuperaran suficiente territorio como para poner a sus líderes en una posición fuerte en cualquier negociación posterior.

Este plan no está funcionando. A pesar de los heroicos intentos y las fisuras en las defensas rusas cerca de Rabotino, Ucrania ha liberado menos del 0,25 por ciento del territorio que Rusia ocupó en junio.

El frente de batalla de mil kilómetros apenas se ha movido. El Ejército de Ucrania aún podría lograr un avance significativo en las próximas semanas si provoca el colapso de las frágiles fuerzas rusas. Pero si tomamos en consideración la evidencia de los últimos tres meses, sería un error darlo por sentado.

Pedir un cese el fuego o que se inicien negociaciones de paz es inútil. Vladimir Putin no da indicios de querer negociar y, aun si lo hiciera, no se puede confiar en que cumpliría el acuerdo ya que está esperando que Occidente se canse y que Donald Trump sea reelegido.

Putin necesita la guerra para apuntalar su dictadura interna; cualquier cese al fuego sería simplemente una pausa para rearmarse y prepararse para atacar de nuevo. Si los ucranianos dejan de luchar, podrían perder su país.

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Tanto Ucrania como sus partidarios occidentales están empezando a comprender que esta será una demoledora guerra de desgaste. Esta semana, el presidente Volodímir Zelenski visitó Washington para continuar con las conversaciones. "Tengo que estar preparado para una guerra larga", dijo a The Economist.

Pero, lamentablemente, Ucrania y sus socios occidentales todavía no están preparados para ello, ya que siguen obsesionados con la contraofensiva y necesitan repensar la estrategia militar de Ucrania y cómo se gestiona su economía.

En lugar de aspirar a “ganar” para luego reconstruir, el objetivo debería ser garantizar que Ucrania tenga la capacidad de permanencia para librar una guerra larga y que pueda prosperar a pesar de ella.

La primera recalibración es de índole militar. Los soldados de Ucrania están exhaustos; muchos de sus mejores elementos han sido asesinados. A pesar del reclutamiento, el país carece de personal para sostener una contraofensiva persistente a gran escala, y necesita ahorrar recursos y cambiar las reglas del juego.

Nuevas tácticas y tecnologías pueden llevar el combate a territorio ruso. Los emprendedores ucranianos expertos en tecnología están aumentando la producción de drones, los mismos que hace poco destruyeron buques de guerra rusos y cuyos misiles parecen haber dañado un gran sistema de defensa aérea en Crimea.

Es probable que se produzcan muchos más ataques que degradarán la infraestructura militar de Rusia y le negarán su santuario naval en el mar Negro. No esperemos un golpe de gracia. Rusia también aumentó su producción de drones. Aun así, Ucrania puede responder cuando Rusia la bombardee y tal vez incluso disuadir algunos ataques.

Además de esta capacidad ofensiva, Ucrania necesita potenciar su resiliencia. No solo necesita armamento pesado, también requiere ayuda con el mantenimiento para sostener una batalla de varios años: reparaciones rutinarias, suministros confiables de artillería y entrenamiento.

Sobre todo, una guerra larga requiere una mejor defensa aérea. Ucrania no puede prosperar si Rusia bombardea infraestructuras y civiles con impunidad, como lo ha hecho durante los últimos 18 meses.

Kiev es una ciudad sorprendentemente vibrante porque tiene defensas efectivas contra ataques aéreos continuos. Una configuración similar es necesaria en otras ciudades, por eso es que escuadrones de F-16 y más sistemas de defensa antimisiles son esenciales.

También se necesita una recalibración en lo económico. Eso significa menos planes altisonantes para la reconstrucción de posguerra y más atención al impulso de la producción y al gasto de capital en este momento.

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La economía se redujo un tercio y casi la mitad del presupuesto de Ucrania se paga con dinero que proviene de Occidente. Como si fuese un extraño caso de “mal holandés” en tiempos de guerra, la moneda, la grivna, se ha fortalecido incluso cuando la inversión privada se desplomó. Ahora que casi un millón de personas portan armas y millones huyeron del país, los trabajadores son escasos.

La economía de Ucrania necesita dejar de depender de la ayuda para atraer inversiones, incluso cuando el conflicto continúe. Desde fabricar más armas hasta procesar más de lo que cultiva en sus granjas, Ucrania tiene mucho potencial.

El desafío es lograr que las empresas locales y extranjeras inviertan más y convencer a más ucranianos de que regresen a las zonas más tranquilas del país en el oeste.

Una mejor seguridad puede ayudar. Cuanto más robustas sean las defensas aéreas de Ucrania, menor será el riesgo de que explote una nueva fábrica. Cuanto más retroceda la Armada rusa, las exportaciones podrán fluir con más seguridad a través de los puertos ucranianos en el mar Negro.

Pero las reformas económicas también son importantes. Es necesario hacer más para reducir la corrupción de larga data en Ucrania, dando prioridad a un poder judicial limpio e imparcial.

Y se necesitan más decisiones para facilitar los negocios, desde reconocer las calificaciones que los refugiados han obtenido en el extranjero hasta ofrecer a las empresas seguros de guerra.

Todo esto requiere voluntad política de Ucrania, pero también de sus amigos en Occidente. A largo plazo, la mejor garantía de seguridad que tiene Ucrania es su membresía en la OTAN. Salvo eso, los socios prometieron una red de garantías de seguridad bilaterales.

Igual de importante es lo que la Unión Europea pueda ofrecer: no sólo dinero en efectivo, sino también la posibilidad de formar parte de esa comunidad. No es fácil promover una economía floreciente bajo un bombardeo con explosivos; ni siquiera Israel tuvo que enfrentarse nunca a un agresor tan poderoso.

Pero Ucrania, a diferencia de Israel, algún día podría integrarse al bloque económico más rico del mundo. Una hoja de ruta para el ingreso a la UE a lo largo de, digamos, una década, con hitos claros, ofrecería esperanza a los ucranianos y aceleraría las reformas económicas, tal como lo hizo la misma promesa al galvanizar a gran parte de Europa del este en los años noventa.

Un nuevo socio del club

Para que eso ocurra se necesita un cambio de mentalidad en Europa, que ha comprometido tanto armamento como Estados Unidos y mucha más ayuda financiera. Sin embargo, es necesario dar un paso más.

Si Trump gana en 2024, podría recortar la asistencia militar estadounidense. Incluso si pierde, Europa tendrá que soportar una mayor carga en algún momento. Eso significa reforzar su industria de defensa y reformar el proceso para tomar decisiones en la UE para que pueda atender a más miembros.

El riesgo difícilmente podría ser mayor. La derrota de Ucrania significaría que un Estado fallido quede en el flanco de la UE y acercaría más a sus fronteras a la máquina asesina de Putin.

La victoria significaría que la UE tenga un nuevo miembro con 30 millones de personas bien educadas, el Ejército más grande de Europa y una gran base agrícola e industrial. Demasiadas conversaciones sobre Ucrania se basan en el "fin de la guerra". Eso necesita cambiar. Oren por una victoria rápida, pero planifiquen una lucha larga y una Ucrania que pueda sobrevivir y prosperar de todos modos.

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