Cuando Naciones Unidas presentaba ayer el Informe de Desarrollo Humano del 2022, en el que Honduras aparece en el último lugar en desarrollo humano en la región centroamericana y penúltimo a nivel del continente americano, sólo arriba de Haití, inmediatamente nos preguntábamos si sería con una nueva carta magna o refundando el poder político que la calidad de vida y las condiciones de sobrevivencia del pueblo hondureño, mejorarían.

Cuando las experiencias vividas por otros países del continente que le dieron tiro de gracia a sus constituciones políticas como Ecuador, Perú, Bolivia, Argentina, Colombia, y ahora mismo Chile, derivaron en el estancamiento económico y en una indetenible fuga de capitales, además de la desbordada polarización provocada y la instauración del autoritarismo, cómo entonces aquí una nueva constitución o esto que le sigue dando vueltas en la cabeza a los del poder de turno, nos sacaría de las profundidades de la pobreza o de ese último lugar que ocupamos en Centroamérica en el indicador de desarrollo humano.

Siempre, y esas fueron las nefastas experiencias que esas naciones del sur del continente vivieron, la incertidumbre política siempre tiene un efecto adverso sobre el desempeño de la economía.

¿Acaso es que todavía no terminan de sopesar éstos, todos los riesgos que conlleva la todavía indeclinable pretensión de refundar el poder político a través de la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente?

Mel Zelaya ya dijo que por ahora el proyecto está en “stand by”, pero hasta que se den las condiciones o la coyuntura, para en su momento, volver a la carga con el plan que paradójicamente lo exilió del poder.

En su columna semanal, el prestigiado analista Andrés Oppenheimer al citar un alto cargo en el gobierno de la ex presidenta chilena, Michelle Bachelet, exponía los riesgos y consecuencias que derivarán para los chilenos de la nueva constitución que todavía deberá aprobarse en un plebiscito convocado para el próximo mes de septiembre en el país sudamericano. “si se aprueba la nueva constitución, Chile va a dejar de ser una sola nación” le advertía a Oppenheimer una senadora de la centroizquierda del país trasandino.

¿Qué necesidad hay de desintegrar un país a través de un nuevo pacto político que en lugar de suscitar consensos más bien polariza y genera conflictividad e inestabilidad, como ahora está sucediendo en Chile?.  ¿Y eso no fue lo mismo que pasó en Ecuador, Colombia, Bolivia, Perú y Venezuela?

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 ¿Y cuál fue el común denominador?  Qué los presidentes de aquel momento histórico en esos países, Correa, Uribe, Morales, Fujimori y Chávez, cambiaron la constitución y lo primero fue asegurarse la reelección inmediata para entronizarse en el poder. Ese es el primer riesgo que una constituyente acarrea.

Es que una vez elegida, la asamblea y los constituyentes van siempre a querer ir más allá del o los temas que en principio van a defender como puntuales.

Así pasó en esos países sudamericanos. Las constituyentes expandieron el mandato otorgado y terminaron revisando desde los asuntos estructurales hasta el sistema electoral, escudándose en una larga lista de derechos sociales, de género, y que sólo disimulaban el trasfondo de servir a los intereses de los que gobiernan, antes que el bienestar común de las mayorías. ¿Qué futuro le esperaría entonces a los hondureños con una constituyente?

 En todos los países que vivieron esas experiencias, los proyectos de transición constitucional fueron tumultuosos, por su alto grado de conflictividad, polarización e inestabilidad.

¿Vamos a querer los hondureños volver a pasar por lo que ya vivimos en los meses que precedieron a la expulsión del poder y posterior exilio del ex presidente Zelaya, precisamente por promover ese tipo de proyectos políticos?

 En los países sudamericanos citados, lo primero que hicieron los constituyentes fue revocar el mandato de los congresos nacionales constituidos y aprobar de un plumazo la reelección de los presidentes que ya detentaban el poder para entronizarse, la mayoría de ellos, de manera autoritaria.

Y esa tentación ronda y sigue rondando en la cabeza de los que ahora aquí le están dando otra vez vueltas y vueltas a este tema de la constituyente. Desmontar todo lo que no les favorece ni les conviene bajo la mampara de un necesario nuevo pacto político y social, para entronizarse en el poder total.