Es que la institucionalidad gobernante, nunca o casi nunca, desarrolló, ni los arrestos para hacerle frente a los embates de las crisis, ni menos, un espíritu combativo y reivindicador para desafiar los ingentes problemas de la población hondureña, según los tiempos y las coyunturas del momento.

Así nos pasó cuando las peores crisis petroleras de las que tiene memoria la economía global, durante la pandemia del covid, con la crisis mundial de los productos básicos del 2022 provocada por la invasión de Rusia a Ucrania, o ahora, lo que se nos viene encima por la crisis geopolítica detonada por el conflicto armado en el medio oriente.

Los más de dos millones de hogares que apenas subsisten con un ingreso per cápita diario igual o menor a un dólar americano, no han tenido a lo largo de las últimas décadas, más que temporales momentos de certidumbre y tranquilidad y esperanza.

La guerra entre Israel y los fundamentalistas palestinos tiene de nuevo a la economía mundial en jaque mientras se siguen sufriendo las consecuencias de la crisis global de los productos básicos provocada por el conflicto en Ucrania, y de lo que menos hablan las autoridades de turno es de un plan anticrisis para mitigar el impacto que esos fenómenos exógenos provocan a nivel interno.

El costo de la vida en Honduras al inicio del 2023 era, ya de por sí, el segundo más alto de Centroamérica, y la invasión rusa provocó que el precio de los alimentos se disparara este año en un 21 por ciento. Tenemos, después de Nicaragua, la mayor variación interanual en el índice de Precios al Consumidor, y en el valor de los combustibles estamos entre los primeros tres países con los precios más altos en la región.

El alto costo de la vida golpea a 8 de cada 10 hondureños, mientras su poder adquisitivo fue engullido por la inflación.

La pandemia del covid le enseñó a la humanidad y a los gobiernos del mundo, que diseñar y contar con un plan para sobrevivir, prácticamente a la crisis, fue clave para proteger la vida, la economía y el mismo tejido social, fue lo que hizo la diferencia entre vivir y morir.

Pero en Honduras, lamentablemente, ese plan anticrisis no se implementó y más de diez mil compatriotas murieron víctimas del covid y de la inacción. No se trata entonces de las consecuencias de los factores exógenos que generan las crisis. La factura más cara para una sociedad, a la luz de la experiencia nuestra, la pasa la tardía reacción o la improvisada actuación de los gobernantes de turno.

El eterno comportamiento de la rancia clase política que le ha impedido a Honduras, sentar las bases de su despegue económico y desarrollo social.

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