Con una agobiante deuda pública, la que en un 91 por ciento es 'disparada' por los gastos del gobierno central,  una gestión austera y comedida, de los limitados dineros de los que se dispone, es lo que ayudará al país a sobrepasar las tempestades económicas y los sobresaltos financieros, de incertidumbre y especulación, generados por conflictos armados y pandemias.

Pero si un gobierno no logra contener el gasto corriente y renuncia a una política de austeridad para frenar, por ejemplo, los jugosos salarios de un exclusivo y privilegiado club de altos burócratas, tampoco podrá mitigar el impacto de las consecuencias económicas y sociales de fenómenos exogenos como las que de nuevo el mundo está enfrentando con el conflicto que ha detonado en el medio oriente.

Y un país cuyo gobierno siga gastando como se gastó siempre, y viviendo a nivel del engranaje  público, en una cerrada burbuja salarial, con altos burócratas que devengan estratosféricos emolumentos, que llegan incluso a triplicar  lo que nominalmente percibe el propio presidente de la República, difícilmente sorteará con cierto nivel de maniobrabilidad, los embates de las tempestuosas bandas de las crisis.

El disparado gasto corriente destinado a sostener la abultada masa salarial, y dentro de esta, los exhorbitantes salarios, desvían seis de cada diez lempiras del presupuesto general al sostenimiento de la burocracia, mientras que para inversión social apenas queden 30 centavos de cada lempira recaudado a través de los tributos.        

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En su toma de posesión la presidenta Castro prometió una política de austeridad en su gobierno a fin de frenar los salarios jugosos y reducir las partidas por servicios personales,  y al mes de agosto de este año, el Congreso Nacional ya había drenado de su presupuesto la cantidad de 410 millones de lempiras en el pago de salarios,  111 millones en pasajes y viáticos y otros 107 millones en subvenciones no liquidadas,  a diputados que ya van a cumplir 50 días ininterrumpidos de no sesionar.

Le dijo al pueblo hondureño que no habría funcionario público alguno que ganaría más que la figura del presidente, y resulta que esta semana el presidente de Banadesa,  el director ejecutivo del Seguro Social, el comisionado presidente de Inprema y el director interino del Injupemp, se sumaron con salarios de 142 mil lempiras, 220 mil lempiras, 171 mil lempiras y 187 mil lempiras, respectivamente, al exclusivo club de altos burocratas que superan a la propia mandataria en el renglón de sueldos y salarios.

Hoy, el gasto en burocracia es el más alto en la  historia de Honduras. Las partidas por servicios personales y los salarios de titulares de instituciones como Banhprovi y la Comisión Nacional de Bancos y Seguros, por solo mencionar dos, drenan más de la mitad del producto interno bruto, mientras un solo nefrólogo tiene que atender a más de 800 pacientes renales en el hospital del seguro social en san pedro sula.                   

Es como lo han lamentado desde la asociación de pacientes renales, no tener conciencia, sensibilidad y responsabilidad en el manejo de la cosa pública.           

Mientras los ingresos tributarios apenas llegan a cubrir el 40 por ciento del presupuesto general anual, la masa salarial este año le drenará a las finanzas públicas más de 90 mil millones de lempiras.

¿Cuánto queda entonces para la inversión y la obra social? ¿Qué es lo que entonces se destina a los pobres? Apenas 30 centavos de cada lempira recaudado por la vía impositiva.

Ojalá, alguna vez, la austeridad llegue a ser un valor para la administración pública.

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