El Consejo Nacional Electoral se apresta a convocar a los hondureños a los comicios generales, programados para el último domingo de noviembre de 2021.
 
De cara a esta nueva justa democrática, nos preocupa hondamente que los políticos no den muestras de un deseo genuino de redimirse ante el pueblo, de plantear soluciones a la problemática del país y de construir un proyecto nacional.
 
Nuestros líderes y dirigentes están a punto de llevarnos a una nueva crisis que sería provocada por dos situaciones: Por un lado, el boicot de grupos en el poder que se niegan a aprobar las reformas a la Ley Electoral y, por otro lado, una descarnada carrera para imponerse en la integración de ambiciosas alianzas.
 
A pesar de la presión ejercida por diversos sectores y no obstante que representantes de órganos externos se han pronunciado a favor de las enmiendas comiciales, la aprobación de tales cambios está entrampada, en particular en los temas de la segunda vuelta y de la representación en las mesas receptoras de votos.
 
¿Nos están conduciendo a los hondureños a un terreno preparado para un fraude electoral y para una mayor pérdida de legitimidad de los cargos de poder sometidos a consulta popular?
 
Así parece que ocurre, porque el mayor interés está volcado en la negociación de alianzas, pero no de acuerdos dirigidos al fortalecimiento de la democracia, en esencia, sino de pactos encaminados a satisfacer intereses particulares, a través de caprichosas estrategias proselitistas con propósitos espurios.
 
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Conforme se acerca la fecha límite para la inscripción de las alianzas ante el órgano rector de los procesos electorales, los aspirantes a los más altos puestos se han enfrascado en una lucha por alcanzar tratos que ellos mismos han dividido entre "los buenos y los malos" y entre los "honestos y los corruptos".
 
Las deslealtades, las ambiciones, la degradación del liderazgo, los bailoteos y la falta de principios, son una constante en el quehacer de los partidos políticos y de sus principales figuras.
 
Hay que revertir ese común denominador. Los actores políticos, los empresarios, los obreros, los campesinos, los líderes religiosos y todo el conglomerado nacional, tendríamos que encontrar el camino de la reflexión sobre nuestro orden institucional, el poder mancillado del pueblo, el agrietado juego de ideas y la necesidad de reconstruir la relación entre pueblo y democracia.
 
No comulgamos con los pensamientos de aquéllos que intentan reeditar la crisis de 2009, cuyas heridas están todavía abiertas. Nuestros gobernantes y líderes deben tomar conciencia que el pueblo siempre llega al hartazgo frente al orden viciado de cosas y ante el populismo de quienes practican el arte de ejercer el poder.
 
En este momento histórico, agravado por la emergencia sanitaria, la crisis económica sin precedentes y la desigualdad social a la que está encadenada la mayoría de la población, es un mandato que nuestros políticos privilegien el establecimiento de alianzas, pero en el marco de un pacto por Honduras.
 
Esto significa derribar los muros construidos con base en el oportunismo de personajes metidos en el negocio de la política de fachada y, en su lugar, hacer que se respete la voluntad del pueblo en una democracia legítima.

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