Las imágenes que hemos visto de mujeres, hombres y niños, incluso de adultos mayores y de personas con capacidades especiales que han abandonado nuestro país en busca de un norte para sus vidas, son patéticas. ¡Un triste espectáculo de cómo se expone nuestra gente ante el mundo!

La frontera con Guatemala ha sido escenario el fin de semana de enfrentamientos entre emigrantes y elementos de la Policía del vecino país, comisionados para impedir el paso de compatriotas indocumentados que, en un número representativo, lograron cruzar violentamente rumbo a México.

La movilización de hondureños que han salido en caravana paraseguir la peligrosa ruta hacia Estados Unidos en los primeros días de 2021 ha reavivado las viejas discusiones sobre la emigración irregular.

El éxodo de nuestros compatriotas ha vuelto a plantear el debate acerca de la crisis humanitaria que vive nuestra Honduras y que se ha agudizado a causa de la pandemia que sigue sacudiéndonos con violencia y a resultas de los fenómenos naturales que nos golpearon a finales de 2020.

Cuando escuchamos con atención las respuestas que ofrecen nuestros semejantes del porqué han decidido marcharse para hacer su vida en otro lugar, la respuesta es invariable: Prefieren “morir en el intento” que perecer en Honduras por falta de respuesta a sus necesidades.

No ponemos en tela de duda que las condiciones que prevalecen en nuestro país son difíciles. Tenemos profundas desigualdades: Al menos 75 de cada cien hondureños son pobres; medio millón de personas quedaron sin empleo por razón de la emergencia epidemiológica, y la criminalidad ha recrudecido de manera perturbadora.

Son tiempos de grandes adversidades para la mayoría de la población. Esto es un hecho incontrastable.

Sin embargo, concita nuestras dudas la forma en que son organizadas las caravanas, las circunstancias en las que tienen lugar este tipo de movilizaciones y el escenario donde se desarrollan tales expresiones de descontento.

El desplazamiento de connacionales que aseguran que ya no quieren vivir en Honduras porque no tienen posibilidades de llevar una vida digna y segura, refleja la posible mediación de propósitos que no son tan auténticos.

Es posible que detrás de la emigración bajo el patrón de las caravanas actúen fuerzas extrañas que están induciendo a sectores deprimidos y condenados al olvido que necesitan una respuesta justa a su condición de rezago.

¿Acaso se trata de grupos inescrupulosos o de personajes en la sombra, a quienes no les importa utilizar a hombres, mujeres y hasta a niños como escudos para llevar adelante sus planes maquiavélicos, haciéndoles creer que van a llegar a Estados Unidos?

¿Pretenden estos núcleos extraños generar una cortina de humo o desviar la atención de los verdaderos problemas del país, valiéndose del marbete de “crisis humanitaria”, entendida ésta como una situación de emergencia que amenaza la seguridad y el bienestar de nuestra población?

Está demás señalar que es apremiante que estos extremos sean investigados para saber qué hay detrás de las caravanas de indocumentados y qué elementos impulsan este fenómeno, más allá de que la emigración haga visible la injusticia, la miseria, la inequidad social, la corrupción y la criminalidad que sufre nuestro país.

Acertadamente y con agudo sentido crítico, el presidente de la Conferencia Episcopal, Ángel Garachana Pérez, se ha preguntado al respecto: “¿Quién provoca las caravanas de emigrantes? ¿Son los coyotes experimentados o los opositores políticos?

Concordamos en que puede ser que estos grupos tengan alguna influencia en la promoción del éxodo de compatriotas, pero las causas hay que buscarlas en la situación de pobreza, violencia e inseguridad que padecemos en Honduras.

Son circunstancias desfavorables que tienen que ser atendidas por quienes dirigen nuestro país, porque son ellos los responsables de crear las condiciones propicias para que todos los sectores desposeídos encuentren el norte y la razón de construir su futuro en esta Hibueras y no en tierras lejanas. 

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