Esta fecha cívica, consagrada al Día de la Bandera Nacional, está contrastada por el ambiente borrascoso a que han dado lugar los cabildeos en torno a la elección de las autoridades del Ministerio Público.

Nuestra Honduras está golpeada por la falta de un compromiso unánime por el bien del país, proclamado como república libre, soberana e independiente en 1821.

Han pasado más de dos siglos desde que el sabio, José Cecilio del Valle, redactó el acta de independencia de Centroamérica respecto de España; pero, en ese tiempo, los hondureños hemos caminado muy poco en la construcción de una patria grande y en el rescate de los valores que nos heredaron nuestros héroes y próceres.

Entristece hasta la médula que el cumplimiento de los deberes de los ciudadanos ya no tenga valor alguno; que la identidad nacional sea pisoteada; y que los principios de los grandes hombres de la independencia hayan sido enterrados.

Nuestra clase política no actúa en consonancia con los intereses del país; antes bien, se han dedicado, en su mayoría, a negociar el poder, a traficar con el honor y a sembrar la semilla de la confrontación.

Los dirigentes sindicales parecen haber perdido su norte en la defensa de las causas justas, mientras la academia parece haber tomado distancia de su papel de inculcar los grandes principios del conocimiento para el desarrollo y de crear conciencia crítica.

Y el liderazgo de la iglesia, por su parte, necesita intensificar su fuerza moralizadora de la sociedad hondureña.

Porque la institución de la familia está en decaimiento, y nuestros niños y jóvenes no son orientados bajo la sombrilla del civismo, tampoco son formados a la luz del sentimiento nacional.

En el Día de la Bandera y en el comienzo de las fiestas por los 202 años de la independencia, es bienaventurado que nos volvamos a apropiar de las lecciones de patriotismo del paladín, Francisco Morazán; de la sabiduría de José Cecilio del Valle; de la integridad de José Trinidad Cabañas, el caballero sin tacha y sin miedo; de la rectitud del primer jefe de Estado, Dionisio de Herrera; del ilustrado, José Trinidad Reyes; y del héroe, el cacique Lempira.

Ellos dedicaron toda su existencia a mantener vivos los postulados de la honradez, la dignidad y el civismo.

En tiempos de zozobra, desacuerdos y pérdida de identidad nacional, ¡Cuánto sentido toman las virtudes de los hombres preclaros de Honduras que defendieron con convicción el anhelo de hacer de nuestro país una patria grande!

¡Que el compromiso de honrar a Honduras no esté escrito en letra muerta y que el mes de la patria sea un motivo de reflexión sobre la necesidad de cambiar el rumbo del país hacia el diálogo, la paz social y la democracia!

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