Al promediar los primeros cuatro meses del año, 146 mujeres habían muerto asesinadas en una irracional vorágine de violencia sin fin,  y que más bien se agudiza en la medida que el país parece irremediablemente despeñarse en el abismo del “nada esperar ya”.

Un estudio conocido esta semana reveló que el  89.9 por ciento de los hondureños consideran Honduras  como un país muy inseguro y ya casi invivible.

No es por nada que el año pasado 80 mil compatriotas hayan buscado refugio a través de una solicitud de asilo político en países de Norte y Centroamérica, huyendo precisamente de la violencia, la pobreza y la falta de oportunidades.  Este es el país que hoy tenemos.  

En el último año, más de 80 mil hondureños, en su mayoría  jóvenes, perdieron su empleo, mientras casi el 70 por ciento de los empleos formales cayeron en la informalidad.

Al primer semestre del 2023, más del  50 por ciento de la población económicamente activa siguió teniendo serios problemas laborales, mientras la actual administración le daba el tiro de gracia a la Ley de Empleo por hora que mandó a la calle a miles de jóvenes contratados bajo la liquidada modalidad. 

¿Cómo llegamos a este empeoramiento de las condiciones de vida del pueblo hondureño?. ¿Qué es lo que se ha estado haciendo mal entonces?. 

El costo de la canasta básica de Honduras es en la actualidad el segundo más alto de Centroamérica, sólo superado por el de Costa Rica. En el último año subió en 2,300 lempiras y la galopante inflación ha venido mermando el poder adquisitivo de la gente.

El alto coste de la vida golpea hoy a ocho de cada diez hondureños, y la incertidumbre sobre las perspectivas económicas se ha acrecentado en la medida que la clase política continúa dando palos de ciego.      

Las expectativas de que este año vayamos a crecer son temerosamente modestas y los pronósticos son nada halagueños, porque la institucionalidad gobernante, sin espíritu ni carácter para desafiar la pobreza e indigencia,  ha sido capaz de generar un ambiente de certidumbre y tranquilidad, y mucho menos, de esperanza, para los dos millones 600 mil hogares que en Honduras apenas subsisten con un ingreso per cápita diario igual o menor a un dólar americano.

El 60. 9 por ciento de hogares, prácticamente indigentes, víctimas directas de esta incertidumbre y desesperanza, lamentablemente generada por la ceguera y mezquindad de nuestra clase política y de la institucionalidad de turno.       

 Esa es la incertidumbre, más allá de los factores exógenos, que le están pasando una grosera factura al pueblo hondureño. Y esto que nos pasa ya no es por la guerra en Ucrania ni por las secuelas de destrucción del tejido social que después de un año y medio de gestión, le achacan a la “narcodictadura”.

El 53, 4 por ciento de hogares sumidos en la extrema pobreza tampoco es el resultado del cacareo oficialista de la inflación importada.

Honduras está pagando hoy, ahora, el precio del  comportamiento de una clase política ideologizada y matizada por la improvisación, que le sigue cerrando las oportunidades a las mayorías, coptándole el derecho al bienestar  común y al desarrollo sostenible.

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