Los planes para la transformación de nuestro sistema de enseñanza-aprendizaje es un discurso que hemos escuchado muchas veces. Es un compromiso que se convirtió en una “fachada” en los distintos gobiernos que han presentado planes e iniciativas dirigidas a convertir la educación en un eje de desarrollo de Honduras, pero que nunca fueron concretadas. En el reciente pasado, el gran desafío era recuperar la gobernabilidad del sistema secuestrado por la dirigencia magisterial y liberar a los estudiantes, víctimas de los constantes paros y manifestaciones callejeras. Una vez que los maestros fueron desarmados y truncados sus recursos de protesta y sus argumentos de lucha, el sistema educativo pasó a una etapa de agonía del gremio de docentes. Al mismo tiempo, se dio paso a un conjunto de cambios en la metodología de evaluación de los alumnos y de los maestros que más bien produjeron un retroceso acentuado, básicamente en la calidad educativa. Hoy día, el sistema educativo está dirigido por funcionarios que tomaron una postura de activistas con tintes ideológicos, en desmedro de temas como la formación docente, la cobertura de los servicios, la revisión de los contenidos para elevar la calidad educativa y la actualización de los esquemas de medición de competencias, tanto de los estudiantes como de los maestros. En Honduras abundan las leyes, los análisis, los programas y las estrategias elaboradas para conducir a nuestro país por el camino de una reforma educativa. Sin embargo, los avances son mínimos e intrascendentes. Los índices de rendimiento son mediocres, el acceso es excluyente, las variables de repetición y de reprobación no han disminuido, la oferta académica no ha sido renovada y la relación entre maestros, alumnos y padres de familia sigue distante. La inversión de recursos para educar a los niños y jóvenes tampoco es suficiente. Nuestro país destina unos 900 dólares por cada persona en edad escolar, mientras en las otras naciones de América Latina el promedio de recursos destinados es de 2,500 dólares. Nuestra educación es inequitativa, anquilosada y excluida de las prioridades nacionales. Honduras necesita salir de su aparato de enseñanza-aprendizaje de fachada para darle un vuelco a todos los niveles. En el tema educativo, lo sustancial se relegó a un segundo plano de importancia. Esto explica por qué los indicadores de desempeño, permanencia en las aulas, desarrollo de competencias y calidad están en el piso y por qué Honduras es un país hundido en la ignorancia y en el oscurantismo por la falta de conocimiento. Nuestro país no podrá avanzar si cada uno de los actores de la educación no asumen sus compromisos ni alcanzan los niveles de sabiduría que nos lleve a entender que el desarrollo se construye sobre una educación con calidad e inclusión.