Hemos concluido las vacaciones de verano que han reportado una movilización masiva y una importante derrama económica, muy necesaria para la reactivación de nuestro aparato productivo y la recuperación de nuestras finanzas.

El desplazamiento ha sido masivo: alrededor de dos millones de personas contribuyeron con una circulación de estimada en mil millones de lempiras; 30,000 visitantes del área centroamericana han generado ingresos por unos tres millones de dólares; también llegaron a Honduras unos 20,000 cruceristas.

Volvimos a una relativa normalidad después de tres años en los que estuvieron clausuradas o restringidas las actividades turísticas y los programas religiosos en sus expresiones de fervor, devoción y color.

Retornamos de la pausa de Semana Santa. Estamos de vuelta a nuestra difícil realidad. Los hondureños necesitamos lograr un entendimiento de la situación de nuestro país y trabajar incesantemente por la paz, la unidad, la justicia y el progreso.

Sabemos que es espinoso el camino por el que transitamos y que nuestra crisis social y económica es profunda, compleja y aguda, sin dejar de lado la inestabilidad política que vivimos.

Nuestro aparato económico no es robusto y las perspectivas de crecimiento para este año son modestas; las finanzas tampoco son muy halagüeñas; de hecho, los entendidos han cuestionado que -al término del primer trimestre- todavía no se conozca el Programa Monetario para el período 2023-2024.

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Y si nos referimos a la inequidad social, ésta es una de las situaciones mayormente marcadas para más de siete millones de hondureños que viven en la pobreza.

Estamos plantados en un terreno en el que tristemente medran la mezquindad, el odio, los deseos de revancha, el sectarismo y otras expresiones de podredumbre humana.

La división entre los hondureños es una amenaza que hay que cortar de raíz, como la "higuera" de la que habla La Biblia, la misma que el Señor Jesús maldijo y que fue seca al instante, porque no dio fruto.

Los hondureños seguimos a la espera de que el Gobierno cumpla con el compromiso de convocar a una concertación para encontrar la salida a nuestro viacrucis.

Así debe ser. A ninguno de nosotros, los hondureños, nos conviene que el país se hunda en las finanzas en ruina, que se pierda en la injusticia social; tampoco que se contamine todavía más en el fango de la politización, la falta de transparencia y la impunidad.

No nos cansemos de hacer el bien, trabajar por la convivencia armónica entre los hondureños y buscar la justicia. La demanda a las autoridades de turno es la misma: trazar un plan de nación y visión de país. La misión de todos es construir la Honduras que anhelamos los buenos hijos de esta tierra.

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