Estamos ya casi concluyendo esta semana, cuando se recuerda la crucifixión, muerte y resurrección de Jesús de Nazareth, en su misión de redimir de los pecados para salvación de la humanidad. 

Las vacaciones de verano 2022 han reportado una movilización masiva y una relevante derrama económica, muy necesaria para la reactivación de nuestro aparato productivo y la recuperación de nuestras finanzas.

Vivimos un período de descanso especialmente significativo, dado que hemos vuelto a una relativa normalidad después de dos años durante los cuales los destinos turísticos estuvieron cerrados y las actividades religiosas, con todo y sus expresiones de fervor, devoción y color, fueron canceladas por la pandemia.

Cuando estamos a punto de que concluya esta pausa y que retornemos a nuestra difícil realidad, es de provecho que los hondureños reflexionemos sobre una de las necesidades mayores a la que estamos abocados: lograr un virtuoso entendimiento que nos lleve a un estadio de paz, unidad, justicia y progreso.

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Sabemos que es espinoso el camino por el que transmitamos, como producto de una crisis de tipo social y económica que es abismal y que no tiene parangón.

Nuestro aparato económico está deprimido y las perspectivas de crecimiento más bien han debido ser revisadas hacia la baja por las agudas y negativas condiciones que se presentan, tanto nacionales como externas; las finanzas están derrumbadas, y la inequidad social es más acentuada para más de siete millones de hondureños que viven en la pobreza.

Estamos plantados en un terreno convulso en el que tristemente medran la mezquindad, el odio, los deseos de revancha, el sectarismo y otras expresiones de podredumbre humana.

La división entre los hondureños es una amenaza que hay que cortar de raíz, como la "higuera" de la que habla La Biblia, la misma que el Señor Jesús maldijo y que fue seca al instante, porque no dio fruto.

Los hondureños estamos ante el apremio de mantener un diálogo franco y no condicionado, de llegar a entendimientos y de encontrar las soluciones a nuestro viacrucis.

Así debe ser. A ninguno de nosotros, los hondureños, nos conviene que el país se hunda en las finanzas en ruina, que se pierda en la injusticia social; tampoco que se contamine todavía más en el fango de la politización, la falta de transparencia y la impunidad.

¡Reflexionemos en la enseñanza de Jesús, aquél que vino y estuvo entre nosotros para mostrarnos el camino de la reconciliación, del arrepentimiento y del perdón.

No nos cansemos de hacer el bien, procurar la convivencia armónica y buscar la justicia. Debemos mantener la esperanza en que vienen renovados tiempos. La misión de todos es construir la Honduras que anhelamos los buenos hijos de esta Hibueras.