El silencio y tolerancia que como sociedad guardamos alrededor de los grandes escándalos que han socavado los cimientos de la institucionalidad pública, han sido sin duda, el caldo de cultivo de la impunidad campeante, y que en Honduras muy a nuestro pesar, carta de ciudadanía.

Y ese silencio y esa permisividad ha hecho calzar casi como “anillo al dedo” el refrán popular de que “boca que no habla, Dios no la oye”. Y esa es la realidad de una sociedad que ante el latrocinio, la corrupción, el irrespeto, prefiere guardar silencio o replegarse tolerantemente antes que reclamar sus derechos o alzar su voz ante el abuso!

Dijo un pensador e historiador romano que es mísero callar cuando lo que importa y nos tiene que importar es hablar. Miren cuánto tiempo ha pasado con el tema de la estafa de los hospitales móviles, que no solo le costó una millonada al pueblo sino que la muerte de cientos de compatriotas que no pudieron  nunca ser atendidos en esas estructuras hospitalarias supuestamente traídas al país para atender pacientes covid. ¿Cuántos hondureños volvimos a alzar la voz y reclamar justicia frente a esa barbarie cometida?

Ya no nos volvió a interesar que a través de la fraudulenta compra se haya estafado a Honduras con más de mil 200 millones de lempiras, y que por dicha estafa no hayan más que dos ciudadanos de segunda y tercera categoría en el engranaje gubernamental, presos,  y a la espera de un juicio que todavía tomará varios  meses más mientras pasan sus días en bartolinas abiertas y con vista a frondosos bosques y todos los días tomando alimentos calientes y saludables.

La compra de los hospitales móviles dejó de ser hace mucho tiempo conversaciones de cafetín, en donde se arreglan y debaten los problemas del país y del mundo, mientras los autores materiales e intelectuales de la peor estafa perpetrada contra el mismo pueblo hondureño, se pavonean tanto aquí como en el extranjero.

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¿O será que no pasó nada?, ¿qué tanto la compra de los hospitales móviles, o el saqueo del Seguro Social, o el vaciado de las bóvedas del Banco Central en lo que se denominó el escándalo de “la carretilla”, o el latrocinio de la Cuarta Urna, fueron nada más un sueño o una pesadilla pasajera?

Es que si no se habla de una cosa, o guardamos silencio, es como si no hubiese sucedido, dijo un pensador inglés.                                                                                  No volvimos a reclamar por semejantes hechos, mientras la justicia y la institucionalidad guardaron también silencio cómplice.

Apenas nos inmutaron en el tiempo esos monumentos a la desidia y corrupción, mientras a medias y casi imperceptiblemente mantuvimos alzada nuestra voz de protesta.

¿Acaso el fiel reflejo de la inmunidad que alcanzó la  descomposición estructural y moral en la sociedad hondureña?

Mientras no alcanzamos a tener las respuestas, sólo podemos colegir que estamos ante una conjugación de factores que han llegado a sumir a Honduras en este estado de indefensión frente al delito.

Por eso es que aquí la impunidad ha echado raíces tan profundas como la corrupción y el saqueo. Por eso es que los alcances nefastos de la impunidad son tan parecidos y hasta iguales a los de otros delitos igualmente sin castigo y sin consecuencias en Honduras para quienes los cometen.