¡Cómo nos equivocamos quienes pensábamos que las adversas circunstancias por las que cruzamos iban a incidir en las actuaciones de los políticos!

Creímos, erróneamente, que la clase política de nuestro país entraría en un examen concienzudo, en un proceso de enmienda de los yerros del pasado y en una honrosa reivindicación ante el pueblo hondureño.

No ha sido así. Nuestros políticos están imbuidos en posturas contradictorias, algunas de ellas irreconciliables, en torno alaselecciones primarias y generales del año entrante. 

Al fragor del debate que ha tenido lugar de cara a las justas comiciales de 2021, los líderes y dirigentes partidistas-en su casi totalidad-han dejado planteadas sus pérfidas intenciones de mantenernos en una constante inestabilidad y de heredarnos una crisis política, conjugada con la emergencia sanitaria, económica y social por la que atravesamos.

Hay sectores que siguen obstinados en alimentar el discurso socorrido y díscolo de la instalación de una Asamblea Nacional Constituyente que, en el reciente pasado, causó tanto daño al orden institucional de nuestro país, abrió profundas fisuras entre los hondureños y generó muchas otras repercusiones que todavía hoy arrastramos.

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La pretensión de romper nuestros preceptos constitucionales y de sumergirnos en la anarquía hace más de una década, no prosperó merced a la sólida vocación democrática de nuestro pueblo y a una inquebrantable aspiración de vivir en paz, progreso y justicia.

Hace unos años, los promotores de la desacertada ¿o quizás disparatada? iniciativa de implantar la Constituyente nos presentaron un espejismo acerca de la llevada y tantas veces traída refundación de Honduras.

Nos mostraron una ficticia relación entre el pueblo, el poder y el Estado que nos conduciría a una etapa de reconstrucción, a una era de bienestar y a una condición que privilegiaría la soberanía popular.

Los hondureños sabemos que la respuesta a los males de la corrupción, la pobreza, el desempleo, la postración económica, la inequidad social y otros infortunios que han sido agravados por la pandemia, no radica en el establecimiento de un organismo de representantes colegiados y con poderes plenos, elegidos para la misión de redactar una nueva Constitución.

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La alternativa a nuestros escollos y aprietos depende del incondicional respeto a nuestra Carta Magna y las leyes, del adecentamiento de la clase política, del reconocimiento del poder que reside en el pueblo y de un renovado pacto a favor de la democracia.

Quienes, en tiempos de plaga, de crisis y de incertidumbre -como es correspondiente con nuestra coyuntura actual- se dan a la tarea de engendrar un ambiente de crispación, no merecen otro apelativo más que “irresponsables”, “perturbadores” y “líderes de fachada”.

¿Qué propósitos persiguen estos personajes, progenitores de ideas aventuradas y pregoneros de ideologías extrañas que están concebidas para llevarnos a un Estado fallido?

¿Cuál es la apuesta de los sectores que todavía están en el camino de una trasnochada propuesta para rearmar el Estado, a través de una Asamblea Nacional Constituyente? ¿Qué hilos mueven los modernos mesías que buscan entrar en pactos ocultos con el bipartidismo para desestabilizar nuestro país?

Los líderes y dirigentes nuestros están obligados a tomar consciencia fiel, escrupulosa y verdadera que los hondureños necesitamos fortalecer una coexistencia en paz, en pluralismo y en tolerancia, procurar la justicia y profundizar nuestra democracia; jamás otra finalidad desviada de esas grandes aspiraciones.