Desde 2007, los hondureños debíamos andar un nuevo documento de identificación, y casi despedimos el 2020 y todavía el nuevo documento, actualizado, depurado y confiable, no está en nuestras manos. Vean cuánto tiempo atrás caducó la vigencia del documento de identidad que valida y prueba nuestra ciudadanía.

¿Cómo entonces no había sido éste, un asunto hasta de seguridad nacional, que va más allá de la mera renovación y emisión de un nuevo documento de identificación?

Es que además de tratarse del documento -que habiendo dejado de ser hace bastante tiempo atrás funcional y confiable- contribuye al establecimiento del orden democrático, mitiga las suspicacias y sospechas de fraudes en los procesos electorales y legitima pues que la persona cuya fotografía y generales aparecen en el mismo, es en efecto el ciudadano que dice ser.

De ahí la importancia y trascendencia que tiene para el país y para el mismo orden democrático la construcción de nuevo sistema electoral, a partir de la emisión de un nuevo documento de identificación que debe redundar en la edificación de un confiable padrón electoral y de un seguro sistema de identificación de los hondureños.

 Desde hace unas semanas atrás distintos sectores de la hondureñidad, además de  voces opositoras, han insistido en que la institucionalidad nos tiene que garantizar que el nuevo documento de identificación que a partir de enero de 2021 comenzará a emitirse, sea confiable y seguro, casi infranqueable al fraude, a la suplantación, a la manipulación electorera y partidista.

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Prestémosle entonces atención a esas voces que con sus reclamos de un nuevo documento de identificación, confiable y seguro, y que además no debe ser oneroso para la hacienda pública, ponen de relieve la trascendencia -de fondo- que el asunto del DIN tiene para la nación hondureña.

Quienes hoy urgen la construcción de un  nuevo sistema, con todo y un nuevo padrón electoral y un nuevo y seguro documento de identidad, tienen toda la razón y argumentos de exigirlo.

Y nos atrevemos a decir que la misma clase política, beneficiada por la sistémica vulnerabilidad de la vieja tarjeta de identidad en los procesos electorales, debe tener claro que la depuración del censo nacional electoral, que a todos nos conviene, pasa por la emisión de un  nuevo documento de identificación.

No se trata entonces de solamente un cambio de plástico pues. Se trata de la  actualización de la base de datos, que pasa por implementar al menos unas 20 medidas de seguridad para que al ciudadano no le sea fácil e impunemente suplantada su identidad.

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Quien no sabe aquí que el padrón electoral está viciado como el mismo sistema electoral. Y es allí donde tiene su génesis la marca país “elecciones estilo Honduras”.

Estamos entonces ante un delicado asunto de fondo. Se trata de un sensible tema de seguridad nacional sobre el cual hay que insistir, sin más inducciones políticas y partidistas, y sin más dilaciones y pérdidas de tiempo.

¡Que el nuevo padrón electoral y el renovado documento de identificación nacional ya no les conceda el malsano ventajismo a aquellos que con tramposa alevosía y maldad han puesto hasta los muertos a votar!