Es la interpretación caprichosa de las leyes, la intolerancia, el radicalismo y los arreglos al margen de la legitimidad, lo que se impone en el Poder Legislativo.

Todos éstos son síntomas de una actividad “atrofiada” que ha dado al traste con la esperanza que albergábamos los hondureños de que dicho Poder del Estado se convirtiera en un contrapeso en nuestra democracia.

Un hecho respalda tales juicios de valor: el presidente del Congreso Nacional, Luis Redondo, no ha podido convocar a los legisladores a sesionar para evacuar la agenda que está pendiente.

Lo que se percibe en los convulsos círculos legislativos, es que no hay voluntad de llamar a sesión si no se logran los votos que necesita Libre para ratificar el acta de la reunión en la que fue aprobado el ingreso de Honduras en el Banco Andino.

No tiene justificación alguna que los diputados continúen en receso y que su labor se encuentre estancada, en perjuicio de la institucionalidad del país y del funcionamiento de la democracia hondureña.

Por los “desencuentros” entre los congresistas es que sigue marginada la discusión de los asuntos que son vitales como la Ley de Justicia Tributaria, la derogación de la amnistía política (llamada decreto de impunidad), o la revisión del marco legal para la instalación de la CICIH, entre otros temas de relevancia.

El pobre trabajo legislativo está plasmado en una “agenda, insustancial, trivial y hasta absurda” en la que figuran temas como la prohibición de novelas, películas y series de televisión vinculadas con la violencia, la responsabilidad de los centros comerciales en los casos de daños a los vehículos estacionados en dichos establecimientos y la entrega del décimo quinto mes de salario a los empleados del Gobierno que cumplan con el año completo de labor.

Encima, los diputados han recibido en los primeros cinco meses de este año 238 millones de lempiras en sueldos y salarios por una labor que no han realizado.

Si no fuera suficientemente vergonzoso, entre enero y mayo de 2023 se han despilfarrado 67 millones en pasajes y viáticos otorgados a los diputados sin justificación, porque no han llevado a cabalidad las atribuciones que les impone su cargo por delegación del voto popular.

Mientras un congresista devenga alrededor de 7,000 lempiras por hora de sesión, cada hondureño recibe 72 lempiras con 65 centavos por hora de trabajo esforzado. ¡Qué injusto!

Por lo demás, las posibilidades de consenso están rotas y esto nos ha traído un estancamiento de la agenda legislativa, un liderazgo paralítico y un estado de ingobernabilidad que socava los contrapesos de la democracia.

Esperemos que haya tiempo de rescatar la esencia de una Cámara Legislativa plural, abierta y deliberativa.

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