La asamblea general de Naciones Unidas designó oficialmente el 12 de agosto como el Día Mundial de la Juventud, una fecha a través de la cual se incita a los estados miembros a promover el papel de sus jóvenes como protagonistas esenciales, vigorosos y vitales, del cambio social, del desarrollo y de la innovación.

En un país como Honduras, en donde siete de cada diez personas son jóvenes menores de 30 años, en donde el 45 por ciento de su población, unos 3.9 millones de habitantes están en el rango de edad de 0 a 19 años, la conmemoración de la fecha, y aún más, el mandato que orilló la declaración universal, reviste una especial trascendencia.                                                                                                                     

Sí, una trascendencia especial pero que lamentablemente en la práctica no ha logrado sensibilizar a las autoridades de turno ni comprometer al estado como tal en el desarrollo de políticas públicas y sostenibles para la juventud hondureña, siendo que la estructura poblacional del país es predominantemente joven mientras la reconocemos como agente de cambio social y generador de sus propios espacios para concienciar a la sociedad sobre sus propios retos y problemas.

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La institucionalidad hondureña lamentablemente no lo ha entendido así. No ha podido siquiera aproximarse a la juventud catracha; no ha entendido que en los jóvenes ha habido siempre una posibilidad, una dorada oportunidad, para el desarrollo mismo de la nación.                                                                                                                                    

Con una desocupación laboral que se concentra en la población joven, con miles de adolescentes excluidos del sistema educativo formal, con unos 300 mil jóvenes que deambulan por las calles o se mueren de hastío encerrados en sus casas sin posibilidad alguna de insertarse en algún emprendimiento propio o familiar, claro que el estado de Honduras no entendió nunca que sus jóvenes podían y debían ser la fuerza positiva para el desarrollo sostenible del país!

No fue capaz ni consiente la institucionalidad de advertir la importancia  que la juventud tiene como agente de cambio social y económico, cómo motor del desarrollo.

Jóvenes que excluidos de los sistemas educativos formales y técnicos, no han podido insertarse en la economía actual y del futuro; jóvenes que no podrán y que no han podido emanciparse a una vida autónoma, con un empleo y una vivienda digna, resultado de un proceso formativo y promotor de sus capacidades y talentos.                                                                                                     

En el país, unos 800 mil jóvenes, entre los 14 y 30 años de edad, no estudian ni trabajan!. ¿no es acaso esa triste cifra un reflejo del olvido del estado de Honduras por su juventud?

Con una de las tasas de fecundidad adolescente más altas del continente, ¿no es una verdad que el estado de Honduras se olvidó de sus jóvenes?

En el Día Mundial de la Juventud uno quisiera más bien estar celebrándole, aunque vía Zoom o Google Meet, a los jóvenes de Honduras, pero a la luz de este nada amigable y excluyente escenario nacional, tan sólo podemos seguir retando a la juventud de mi patria, divino tesoro, tal cual la proclamó como herencia poética Rubén Darío, a no desmayar, a no tener en poco su juventud, a ser como los mandó a ser el discípulo de Pablo, Timoteo, ejemplos en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza!

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