Es una tragedia sin par la que se cierne sobre el sistema educativo nacional en todos sus niveles, a resultas de la pandemia que ha tenido una incidencia irreversible en los distintos ámbitos.

No tenemos conocimiento que se haya elaborado un plan o que estén en análisis acciones urgentes en auxilio de los 900 mil estudiantes que están fuera del sistema, porque no han podido mantenerse conectados a las clases virtuales.

Lo que se espera son dos resultados igualmente calamitosos. Por un lado, la deserción escolar se elevará a grados imprevisibles y, por otro, la calidad retrocederá a niveles insospechados en los ámbitos público y privado.

Precisamente son dos materias en las que Honduras ha mostrado siempre un retraso bastante profundo y que ahora constituyen una mayor amenaza para el anhelo de fundamentar el desarrollo del país en la educación.

Cuando se mide el rendimiento de los estudiantes de Honduras, los resultados no son buenos, menos ahora que las clases presenciales están interrumpidas y que casi un millón de alumnos está desligado de la transmisión de conocimiento.

La calidad de la enseñanza-aprendizaje sufre un evidente deterioro, en lo que bien podemos graficar dentro de un sistema que se está “cayendo a pedazos”.

Estamos distanciados al menos seis décadas respecto de otros países que hace muchos tiempo tomaron cartas para avanzar en los esquemas de educación y que, por esa virtud, no han tenido que encarar mayores apuros para poner en marcha sus plataformas virtuales en la nueva normalidad.

El futuro de nuestras nuevas generaciones es incierto. La crisis epidemiológica ha hecho que seis de cada diez padres de familia estén sumidos en una situación económica difícil y que no tengan recursos para mantener a sus hijos conectados a las tecnologías de la información. Y es que, aparejado a esto, siete de cada diez hogares no cuentan con señal de acceso a la Internet.

No es solo un asunto de cobertura, sino que la calidad y la pertinencia del aprendizaje están yendo al piso, una manifestación del rotundo fracaso que la educación hondureña ya arrastraba desde antes de la urgencia sanitaria y que, en este tiempo, se ha agudizado.

La pandemia mantiene en unidad de cuidados intensivos al sistema de educación hondureño, afectado por la baja cobertura, los altos niveles de deserción, repetición y un mediocre rendimiento de los alumnos, sumado a un regular desempeño de los docentes.

A estos dos índices se agregan los elevados porcentajes de pobreza e injusticia social que se hacen manifiestos hoy día y que dan pie para avizorar una dolorosa etapa dominada por la reproducción sin igual de la desigualdad social, la pobreza y la ignorancia.

Sin demora, hay que ir en busca de los niños y adolescentes que se encuentran desconectados para insertarlos de nuevo en el sistema y, en un paso posterior, es necesaria una intervención integral que se traduzca en la mejora de la calidad de nuestro aparato de enseñanza-aprendizaje.

Las autoridades de turno tienen que dejar atrás su desidia y hacer lo consecuente. ¡Todo sea para rescatar del colapso a la educación, donde están puestas nuestras esperanzas de convertir a los niños y jóvenes en los gestores de la sociedad del conocimiento y en los agentes de cambio para el desarrollo de nuestra Honduras! 

Vea: Editorial HRN: Tragedia educativa en Honduras, una generación perdida por la pandemia del covid