¡Vaya si no es cierto que hay mentes perversas y antipatriotas que no miden el daño que causan al país cuando provocan conflictos que luego hacen crisis!

Y es que nuestro país está convertido en un territorio minado y en un escenario caótico donde no parece haber margen para el diálogo y el entendimiento.

Una revisión de los hechos más recientes pone de manifiesto que somos un país dividido donde reina la ingobernabilidad, prima la división y donde se colocan zancadillas a todos los esfuerzos de acercar a todos los sectores.

Esta semana, una turba de vendedores ambulantes, con palos y piedras en mano, se tomaron el centro de San Pedro Sula y se enfrentaron con los comerciantes que trabajan en la economía formal, un vergonzoso capítulo motivado por intereses intransigentes.

En la capital, empleados y trabajadores despedidos del sector público han mantenido movilizaciones para forzar el desembolso de recursos dirigidos a responder a sus pretensiones salariales, aunque no hay que omitir que, en cierta medida, estos reclamos son influenciados por gremios politizados.

Y en Choluteca, Intibucá, Copán, La Paz, Atlántida y en otros departamentos, grupos en pugna en el interior del mismo partido en el poder han azuzado a grupos de docentes para que se unan a las tomas violentas de las Direcciones de Educación. ¿El propósito?  Mantener la anarquía en menoscabo del sistema de enseñanza.

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Y para los próximos días se ha pronosticado un panorama oscuro con oportunidad de la integración de la nueva Corte Suprema de Justicia, un acontecimiento histórico que pone en juego la estabilidad y fortalecimiento de nuestro Estado de Derecho, pero que está condicionado por negociaciones con una alta dosis de politización.

Tanto el Partido Libre como la bancada de nacionalismo han convocado a sus colectivos y bases a que se hagan presentes en los bajos de la Cámara Legislativa, con el pretexto de defender la democracia y garantizar el compromiso de elegir una Corte Suprema de Justicia independiente; en el fondo, existe una mala fe de atizar la violencia ideológica.

Los hechos que hemos puesto en lista son ejemplos fieles de la polarización en que vivimos los hondureños por la mala influencia de la política y de la ideología.

No queda más que preguntarnos si acaso estos segmentos, especialistas en sembrar el desorden y la polarización, están dispuestos a ceder terreno en sus ambiciones particulares y revanchistas.

No debemos darles cabida a aquéllos de mente perversa y antipatriótica que conspiran contra la democracia, la paz social, el bienestar económico y el buen ejercicio del poder.

Juntos, gobernantes y pueblo, tenemos el deber de conducir a Honduras por el camino del diálogo, del entendimiento, del imperio de la ley y del respeto a las decisiones de las mayorías; jamás por la ruta de la anarquía ni del “poder de las turbas ideologizadas”.

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