En el Día Mundial de la Agricultura que se celebra este 9 de septiembre queremos empezar por reconocer el apostolado en el que se ha convertido la producción agrícola en Honduras, el trabajador de la tierra, en un país en donde más de 350 mil familias campesinas apenas logran sobrevivir a las conspiraciones contra el campo: la desidia y el abandono de los gobiernos de turno,  la carencia de políticas públicas, el desinterés del sistema financiero público y privado, y ahora más reciente, el cambio climático y los nuevos hábitos de consumo.

Representa el nervio y motor de la economía de Honduras, supone la principal fuente de trabajo y por si fuera poco, es el primer producto de comercialización tanto fuera como dentro del territorio nacional, pero aún y así, no ha parecido importarle a los gobiernos de turno a la luz de lo que le heredaron en políticas públicas y planes enfocados al principal sector de exportación del país. Y en el Día Mundial de la Agricultura esto hay que decirlo.

Los que dirigieron los destinos de este país que no conoce ni siquiera un censo agropecuario desde el lejano 1992, no se dieron cuenta de la necesidad de gestionar  compensaciones consecuentes y estructurales, planes para una alineación multisectorial de objetivos y estructuras para las más de 350 mil familias que trabajan de sol a sol, la tierra en Honduras.

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Los hombres y mujeres que dedican su vida al cultivo de la tierra con la finalidad de hacerla producir para alimentar a los más de nueve millones de hondureños que somos ya, una sociedad en crecimiento que demanda más alimentos mientras al mismo tiempo ha ido alterando sus hábitos de consumo.

Políticos al fin y al cabo, que no entendieron que la agricultura es un  sector económico, y mucho menos, que no se dieron cuenta que la agricultura es un catalizador de cohesión social y territorial. Con 2 millones 700 mil hectáreas cultivables,  el 24 por ciento de la superficie terrestre del país, ninguno de estos reparó en el catalizador territorial y social que es la agricultura.

El financiamiento para el agricultor hondureño sigue por debajo de las necesidades que debe  cubrir mientras el sistema público y privado lo sigue viendo como un producto de altísimo riesgo, a pesar de que en un buen año de exportaciones agrícolas, Honduras obtenga en concepto de divisas hasta 2 mil 600 millones de dólares.

Los obstáculos históricos a los que se ha enfrentado el agricultor hondureño han tenido el peso de la misma miopía manifestada por los gobiernos de turno que ha tenido el país. Una miopía que no permitió ver que a más inyección de recursos, más inversiones se pudieron hacer en el campo y más rentabilidad y ganancias les hubiese quedado a todos.

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Por eso decimos que aquí la agricultura es un apostolado. Por eso es que aquí es más urgente que nunca darle vuelta de calcetín, como decimos tierra adentro, a este sistema que conspiró contra el generador del 24 por ciento del producto interno bruto. 

¿Y estamos a tiempo?.  Lo que si debemos tener claro es que es urgente invertir en el campo, porque el desarrollo rural y de la agricultura es determinante para sostener y garantizar la seguridad alimentaria de la población de un país, y sacar de la pobreza y de la extrema pobreza a miles de compatriotas que de sol a sol se siguen partiendo el pecho en la apertura del surco.