Hay una media que reza que en tiempos de vacas flacas, es decir, de crisis,  agravada en el último año y medio por la pandemia,  socarse la faja  a través de una  estricta rigurosidad para eficientar el gasto corriente y contener el derroche de recursos,  se convierte en una obligación.

Con una apremiante deuda pública que al cerrar  2021 sobrepasará el 59 por ciento del Producto Interno Bruto del país, con serias dificultades para pagarle a los empleados de todos los triajes abiertos para contener la propagación del covid, y con una deuda acumulada que este año ya ronda los 15 mil millones de dólares, cómo es que vamos a seguir gastando lo que se gastó siempre y viviendo a nivel del engranaje  público, en una especie de burbuja con altos burócratas que devengan estratosféricos salarios que llegan a triplicar incluso lo que nominalmente percibe el propio presidente de la República.

Los sueldos y salarios de más de 200 mil burócratas están drenando más de la mitad del Producto Interno Bruto, mientras todas las semanas cierra un triaje por falta de presupuesto.

 Y es claro que el país no puede seguir así, con un gasto corriente destinado a sostener una masa salarial que anualmente absorbe seis de cada diez lempiras del presupuesto general de ingresos y egresos.

De ahí la presión de organismos internacionales, de la academia  y de la misma sociedad civil para que el estado como tal se ajuste la faja. Asuma con conciencia y responsabilidad el manejo del gasto.

No podemos seguir arropados en esta especie de burbuja. Y aquí es procedente recordar cuando en las peores crisis petroleras que vivió el mundo, que puso el barril de crudo en la barrera de los 200 dólares, el consumo de combustibles en Honduras más bien se llegó a disparar en más de dos millones de barriles.

En el nuevo instrumento de presupuesto para  2021, el renglón de sueldos y salarios sobrepasará con creces los 86 mil millones de lempiras, es decir, un aumento de más de diez mil millones en comparación con la planilla salarial de 2020.

La administración central no pudo arreglar el otro hoyo fiscal que son las empresas  de servicio público y los institutos previsionales que globalmente engullen más de 60 mil millones de lempiras anuales.

No solo es que estos entes no se pueden sostener financieramente sino es que hay que inyectarles fondos para cubrir sus desfases y el desenfrenado gasto en el que incurrieron sus gerentes y directores.

La administración que está por salir tuvo una gran responsabilidad con la historia y con el país. Y aquí nos cuesta digerir que por cálculo u otro tipo de consideración, no se hayan recortado o ajustado los presupuestos y el gasto.

Mientras los ingresos tributarios, que es ni más ni menos lo que nos sacan de nuestros bolsillos, cayeron aparatosamente  en el último año y medio, la masa salarial absorbió este año más de 75 mil millones de lempiras. ¿Cuándo queda entonces para la inversión y la obra social?

¿Qué es lo que entonces se destina a los pobres? Apenas 30 centavos de cada lempira recaudado por la vía impositiva.

Perdieron esa oportunidad histórica, pero para quienes asumirán los destinos del país a partir de enero de 2022, el llamado es a que no sigan asumiendo que el sacrificio será siempre de los demás.

Que los otros se las arreglen como puedan. No se trata tampoco de tener voluntad de héroes. Tan solo se trata de ser sensibles con el bien común y comprometidos con el país.

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