La politización ideológica que domina la gestión pública le resta al principio de independencia de los Poderes del Estado y compromete grandemente nuestro sistema democrático.

Nos preguntamos si es fortalecido o si, en cambio, va en retroceso el sistema político que defiende la soberanía del pueblo, y por el que la mayoría de los hondureños nos hemos pronunciado en las urnas.

La percepción de vastos sectores de la opinión pública es que nuestra democracia ha caído en la inestabilidad y en la ineficacia, o tal vez ya "se acabó”, como afirmó el renunciante ministro de Industria y Comercio, Pedro Barquero, cuando hizo sus valoraciones sobre la realidad del país.

Ésta es una sentencia con la que armonizan líderes de diferentes sectores que observan con intranquilidad el distanciamiento del Gobierno respecto a los principales actores económicos, políticos y sociales del país. 

Honduras está convertido en un caos y si los que tienen las riendas de este país no lo entienden así, vamos a caer en una situación igual o en una peor que Nicaragua, Venezuela o Cuba.

Exponentes del pensamiento crítico nos han advertido sobre esas “cabezas calientes”, que medran en los círculos del poder y que mal aconsejan a la presidente Xiomara Castro, en la línea del ataque permanente a la empresa privada y a todos aquellos grupos que tienen posiciones disidentes.

Observadores habituales de la vida nacional también nos han alertado sobre la gestación en Honduras de una “democracia imperial de corte socialista”, caracterizada por la “represión” a los que son señalados como adversarios.

¿Está Honduras peor que antes? ¿Está replicando el Gobierno de Libertad y Refundación los errores de la administración pasada? ¿Ha tomado el Poder Popular las mismas “mañas” de los nacionalistas, aquéllas que Libre condenaba con dureza?

Nos queda la incertidumbre si, al calor del discurso de la refundación de Honduras, los que asumieron el poder en 2022 están creando una crisis peor que la del mandato de Juan Orlando Hernández, tildado por ellos mismos como “narcodictadura”

Compartimos el parecer de líderes de la iglesia, tal como el obispo emérito de San Pedro Sula, Ángel Garachana Pérez, en cuanto a que los gobernantes tienen que verse exhortados a plantear un consenso que privilegie el bienestar del pueblo, antes que los intereses del partido en el poder.

La transformación de Honduras depende de que el Gobierno abra las avenidas del entendimiento, que se fortalezca la institucionalidad y, esencialmente, que volvamos a los principios de una democracia participativa, eficiente y consolidada.

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