La tan llevada y traída ley electoral y sus reformas pendientes parece estar finalmente cocinada. Y como no debía ser de otra forma, los partidos tradicionales y grandes en membresía, terminarán repartiéndose la mejor tajada.

No entendieron nunca -a pesar de la volatilidad atizada- que precisamente la conflictividad política y social que amenaza con incendiar el país, la ha generado el manoseo, la triquiñuela y la componenda, monedas de curso corriente en una institucionalidad partidaria degradada por la desconfianza y un sistema colapsado por el fraude y la corrupción.

Dejaron fuera de las ahora llamadas mesas receptoras de votos a los partidos minoritarios o de reciente data y hasta último momento cerraron férreamente filas para vedarle el paso a reformas más profundas como por ejemplo la segunda vuelta electoral.

Pudieron haber encontrado otra salida para que el tráfico de credenciales no siguiera siendo -digamos- que un negocio para aquellas fuerzas políticas con escaso caudal electoral, pero se fueron por la vía más rápida para así terminar imponiendo su total y apabullante representatividad en lo que hasta ahora eran las mesas electorales.

Terminaron saliéndose con la suya, evidenciando un desarraigo total a una intención de redimirse ante un electorado y un pueblo desencantado y distanciado de esa institucionalidad doméstica.

No aprendieron tampoco la lección que dejó el proceso comicial primario que, por cierto, sólo validó la degradación institucional y democrática que hoy tiene por los suelos a los partidos políticos y sus dirigentes, sus estructuras y camarillas, sus idearios y líneas de acción.

Y como no aprendieron la lección entonces siguen haciendo lo mismo. Redundando en la triquiñuela y el resabio. Profundizando la desconfianza que hoy la sociedad en general le profesa al sistema electoral, a los partidos políticos y a sus liderazgos internos.

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¡Y con lo que siguen haciendo vaya que sí se les sigue enrostrando a pulso el descredito y la desconfianza que hoy se les tiene!                                                      

A regañadientes y presiones no están saliendo con este nuevo marco legal electoral, perdiendo la oportunidad histórica y coyuntural de heredarle al pueblo hondureño un instrumento amplio de certidumbre y confianza al proceso general comicial de noviembre que ahora no sabemos cómo lo van a validar y legitimar.

¡No quisieron los partidos y las camarillas apostar al cambio en las reglas de juego porque tampoco ha parecido importarles un bledo recuperar la confianza en la democracia representativa e incluyente!

Han hecho prácticamente lo que no han querido hacer bien con los 333 artículos, haciéndose “los de a peso” con las reformas de fondo como la segunda vuelta electoral y la integridad en la transmisión de resultados.

Lo que nos espera en las generales de noviembre no será más que el resultado de esa negativa pragmática de la clase política tradicional y hegemónica a los cambios en las reglas de juego. !No han querido apostar por un sistema participativo, progresista y transparente!

Y así las cosas, o dejamos que esta clase política lleve a la muerte la democracia representativa, o es el pueblo hondureño al que no le quede más alternativa que asestarle el tiro de gracia a quienes han sumido a Honduras en el oscurantismo del fraude, la corrupción y el descrédito.

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