Hay destrucción por todas partes. Honduras ha sido golpeado sin piedad por los fenómenos naturales Eta y Iota en el mes que estamos a punto de despedir.

Tenemos en frente la titánica labor de la reconstrucción y de la transformación del país desde los escombros que dejaron ambos meteoros.

Un centenar de personas perdieron la vida, no menos de tres millones de compatriotas han resultado afectados directa o colateralmente, casi 300,000 personas permanecen incomunicadas, tres centenares de carreteras están partidas y medio centenar de puentes fueron destruidos por la fuerza desbordada de la naturaleza.

Agregamos a esta revisión somera que centenares de casas presentan daños o quedaron soterradas. Todo esto es parte de una realidad que no podemos pasar por alto.

Pero no es menos cierto que seguimos seriamente amenazados por la pandemia covid-19. Todo indica que las autoridades del país se han olvidado que estamos al filo de la navaja por la emergencia epidemiológica que nos acecha desde marzo anterior.

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Honduras continúa sin una estrategia clara en lo que respecta al manejo de la urgencia sanitaria. Dominan la imprevisión y la falta de un camino que indique hacia dónde vamos en el combate al nuevo virus y qué debemos esperar mientras llega el momento de una eventual aplicación masiva de la vacuna, la luz al final del túnel que todos esperamos.

Con sobrada razón, médicos especialistas en epidemiología y reconocidos infectólogos han hecho hincapié en la necesidad de que los funcionarios que están a cargo de la gestión de riesgos realicen los ajustes de la ruta torcida que hemos llevado en el intento por contener la pandemia.

En ese contexto, se ha elevado la propuesta de integrar una instancia de alto nivel, una especie de un gabinete o de un grupo consultivo para el abordaje de la pandemia covid-19.

No podemos esperar a que el virus se disemine a un ritmo más acelerado que el observado actualmente. Los centros de triaje reportan un notorio aumento en el número de diagnósticos positivos, la cifra de hospitalización de pacientes también está al alza y el porcentaje de víctimas mortales igualmente es sostenido.

Los mismos albergues reportan una relación de diez infectados por cada centenar de personas que han sido trasladadas a los refugios a causa de las tormentas Eta y Iota.

Está de más decir que hay una inexplicable desatención en lo que respecta a la realización y procesamiento de pruebas. Es insuficiente la cantidad de muestras tomadas para conocer los focos de contagio y tomarle el pulso epidemiológico al país.

Por lo menos deberían de ser procesadas dos mil pruebas para el diagnóstico de covid, ya se trate de las PCR o hisopado, de antígenos o de los llamados exámenes rápidos.

Tampoco ha sido posible imprimirle velocidad a la puesta en operación de los hospitales móviles. El de Tegucigalpa no estará listo de inmediato, porque falta que concluyan una serie de pruebas para verificar todos sus sistemas.

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Las unidades que serán instaladas en Copán y en Choluteca no estarán listas en el inmediato plazo y las otras tres estructuras que están pendientes de arribar a Puerto Cortés no entrarán en su fase de atención sino a inicios del próximo año.

En el desorden con que es tratada la urgencia del covid-19, no sería extraño que se plantee la descabellada idea de restringir de nuevo la circulación y que se limite la operación de las empresas y de los pequeños y medianos emprendimientos.

Ese extremo es el que hay que evitar a toda costa. Nuestra economía no soportaría un retorno al confinamiento que no sería más que el resultado de la falta de visión de quienes administran la crisis y que han condenado al olvido el tema del covid de manera temeraria.

En Honduras no se está haciendo ni la tercera parte de los esfuerzos que tendrían que estar empeñados con el propósito de detener la pandemia. Es hora de caminar sobre un plan de intervención integral. ¡No agreguemos males mayores a la crisis que vive nuestra Honduras!