La improvisación como la negligencia son terriblemente catastróficas y la muerte ya de tres inocentes seres humanos, menores de edad, en el departamento de Cortés, norte de Honduras, han terminado derivando en las peores consecuencias.

Cuánta razón hay en la premisa aquella de que no hay amenaza más peligrosa para una sociedad que un incompetente o un negligente, y los pobladores en el vulnerable Valle de Sula, lo están viviendo en carne propia.

Cuando apenas ha comenzado la temporada lluviosa, al menos ocho municipios del Departamento de Cortés ya han declarado la emergencia mientras el dolor provocado por la muerte de tres inocentes criaturas sume en la peor devastación a tres humildes familias, víctimas al fin y al cabo de la inacción, la improvisación y la negligencia institucional.

Han transcurrido ya casi dos años desde el paso devastador de las tormentas tropicales Iota y Eta y todavía quedan bajo la intemperie decenas de familias. Centenares de pobladores a lo largo de amplias zonas habitadas, desde La Lima a Villanueva, y desde Pimienta a San Manuel, están hoy a la mano de Dios porque nunca se volvieron a acordar de reparar más de 500 metros de bordos de contención por donde se filtran las  destructivas aguas del Río Chamelecón. 

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En algunos campos bananeros e incluso en el área urbana limeña los escombros y el lodo acumulado ni siquiera fue removido y eso que ya transcurrieron 24 meses desde el devastador paso de las destructivas tormentas. Es que se ha tratado de una negligencia total.

 En las últimas cinco décadas los fenómenos naturales se cobraron la vida de unas quince mil personas en la zona del Valle de Sula y la última obra de gran envergadura para prevenir los desastres data del  año 2005.

¿Cómo entonces lo que ha venido pasando en el vulnerable Valle de Sula no es más que la consecuencia de la negligencia gerencial y la incompetencia humana?

 ¿Cómo se puede justificar que a pesar de la fragilidad de la zona y los incuantificables daños que la naturaleza provocan, no se haya vuelto a construir una obra de gran  envergadura para mitigar el impacto de los desastres naturales?

Las llenas y las lluvias han provocado pérdidas materiales que sobrepasaron los 11 mil millones de dólares, pero las consecuencias derivadas de la inacción y negligencia han sido peores! El estado incompetente y sus autoridades de turno dejaron de hacer lo que tuvo que hacer para prevenir y mitigar el impacto de los desastres.

La población que habita sobre todo las áreas más vulnerables sigue a merced de los riesgos que implica la crecida de los ríos que cruzan el valle. Colonias como la Guaruma 2, entre Villanueva y La Lima, no tienen bordos de contención porque las autoridades de turno nunca llegaron a reparar los casi 500 metros de bordos destruidos por la crecida del Chamelecón.

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La estela de destrucción y muerte que se cierne sobre esas zonas pobladas es potencialmente catastrófica.  Hay causas estructurales y naturales frente a las que no se puede hacer mucho pero lo ocurrido a través de las décadas en esta productiva región del país ha sido mayormente imputable a la gestión estatal.

Y una evidencia de esa incompetencia, sin duda, es el estado de indefensión en el que está la población que habita la zona y el abandono histórico en el que ha estado el Valle de Sula. Y las familias de Villanueva y San Pedro Sula que ahora lloran la muerte de sus seres queridos, tres inocentes criaturas, siguen pagando el devastador precio de la negligencia y la carencia de compromiso.

Y aunque tal vez sea a esta altura demasiado tarde para reaccionar, que esa letal negligencia y la ya intolerable imprevisión, no sigan pasándole factura a la gente que tiene que pagar las consecuencias con la pérdida de sus bienes, e incluso, con su vida.