Ha ido en declive el capital popular con el que son electos los presidentes de la República, un signo de la inconformidad de los hondureños con el grupo de sujetos que se han hecho del poder y que han administrado mal el país.

En las más recientes jornadas electorales, la cantidad de votos nulos y blancos ha ido en incremento y la franja de indecisos se ha ensanchado.

Los presidentes de las últimas décadas han sido electos con un bajo nivel de aceptación que no llega siquiera al cuarenta por ciento.

Los datos sobre el abstencionismo evidencian que este fenómeno ha venido en aumento en el país desde el 18 por ciento en las elecciones de la  década de los 80 a más de 45 por ciento en los comicios de 2017.

Informes elaborados por analistas de instituciones universitarias, revelan que la mitad de los hondureños se consideran como independientes, porque aseguran que no pertenecen a partido político alguno, o se identifican como desencantados del quehacer proselitista.

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Los políticos no han interpretado en toda su esencia esta circunstancia o, al menos, han demeritado sus alcances, pese a que significa que el pueblo está perdiendo todas sus esperanzas en las entidades partidarias y que existe un vacío de liderazgo.

Para los politólogos que evalúan el peso de la democracia electoral hondureña, el mensaje es llano:  La clase política no responde a las demandas del pueblo y han llevado a la democracia a la línea de riesgo.

¿Cuál es la puerta de salvación? Políticos independientes y miembros de organismos de la sociedad civil proponen una segunda vuelta y una serie de reformas como la despolitización de las mesas receptoras de votos, un mecanismo de transmisión de resultados más limpio y un relevo generacional de los personajes que se hacen llamar líderes del país.

Autores de textos sobre la Teoría del Pensamiento Político, consideran que si no son adoptadas enmiendas sustanciales, el país va a entrar en una fase crítica que hay que evitar para que las elecciones no sean un factor de convulsión que vendría a agregarse a la problemática económica y al caos social por el que transita Honduras.

Los aspirantes a los más altos cargos  están frente a la encrucijada de recuperar la confianza de la ciudadanía, robustecer la institucionalidad electoral y llevar a cabo un proceso completo de limpieza en las filas de los partidos.

Porque actualmente el país está afectado por un desacreditado  liderazgo político, lo que trae como consecuencia un deterioro de la respuesta de la democracia a las necesidades de las mayorías, en una sociedad hondureña cada vez más polarizada.

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