Estamos bajo el influjo de una agenda que persigue consignas ocultas, en algunos casos; o propósitos muy evidentes, en otros. ¡Qué pena que los hondureños estemos en zozobra por toda una suerte de patologías políticas, económicas y sociales que nos caen encima!

El autoritarismo, al estilo de los regímenes de Nicaragua y de Venezuela; el desdoblamiento del Congreso Nacional; y la caótica conformación del gobierno interino del Ministerio Público, son situaciones anormales que han hecho deslizar nuestro orden de cosas.

Y las encarnizadas peleas entre el oficialismo y la oposición nos llevan al fracaso en los esfuerzos por preservar los contrapesos de la democracia.

La administración del Poder Popular no ha podido establecer un equilibrio entre poder, ciudadanía y población.

¿No son excesivos los discursos políticos con una alta dosis de ideología que son enviados en nombre de una hipócrita defensa de los derechos del pueblo y de la soberanía nacional?

Para muestra: la embajadora de Estados Unidos, Laura Dogu, ha sido increpada de nuevo por sus cuestionamientos en torno a las funciones desempeñadas interinamente por las autoridades del Ministerio Público, justamente cuando ha salido a luz el bochornoso expediente de la sustracción de más de 80 millones que estaban en resguardo del Banco Central como evidencias de casos conocidos por la Fiscalía.

De su interés AMDC sella casetas del Trans 450, donde se hospedaban migrantes venezolanos

Nuestro país se está hundiendo en más capítulos que dejan al desnudo la podredumbre de nuestro linaje político, mientras la economía se estanca, las exportaciones caen, la inversión extranjera se derrumba en 40 por ciento, las reservas internacionales disminuyen y los dólares escasean.

Cerca de tres millones de hondureños tienen problemas laborales de toda índole, 300 de cada 500 emigrantes son jóvenes y seis de cada diez hondureños quieren irse del país, simplemente porque perdieron la fe en un país mejor.

Todos los buenos hondureños nos tenemos que integrarnos en un gran frente en defensa de nuestro Estado de Derecho, de la impartición de justicia pronta, de la transparencia y de la rendición de cuentas.

Nos corresponde, entonces, exigir a nuestros gobernantes que sean hacedores del bien común, promotores de la paz y representantes de una genuina vocación democrática que siempre nos ha caracterizado a los hondureños.

¡Reflexionemos, todos, sobre los deberes que nos son dados para con nuestro país! Esto significa, lisa y llanamente, no dejar el destino del país en manos de aquéllos que, tristemente, se han dedicado a sembrar la anarquía, la violencia y el sectarismo.

¡Que se impongan la sensatez, el interés común y los grandes compromisos con Honduras, por encima de la polarización destructiva y de la anarquía en que hoy nos encontramos!

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