Las pérdidas en vidas humanas y materiales han sido desoladoras, pero en el justo balance de los daños, sin duda que después de la vulnerabilidad natural y geográfica, ha pesado más la inveteradamente histórica improvisación y negligencia institucional y gerencial.

Si hay algo en lo que con seguridad convenimos los hondureños, es que a la luz de las tragedias ocurridas, la improvisación, la negligencia y la “maldita burocracia”, como la apostilló un presidente de turno, fueron más catastróficas que los huracanes y tormentas, y sus consecuencias, terminaron agravando más la profunda indefensión en la que quedaron miles de familias.

Si bien no se puede soslayar que los fenómenos naturales son eventos imprevisibles e inevitables, que causan muerte, dolor y daños económicos incuantificables, es más arraigada la evidencia de que en Honduras las peores tragedias derivaron de la inacción y la imprevisión en la gestión de los riesgos, y después, en el manejo de los fondos y estrategias para la reconstrucción.

Allí está el caso del vulnerable Valle de Sula. Cada inundación y cada tragedia que cíclicamente les cae a los más de dos millones de personas que lo habitan, es en buena parte consecuencia de la paralización de casi todos los proyectos de reparación de fisuras de los bordos de contención, cuyas obras se quedaron estancadas sin siquiera haber llegado al 70 por ciento de trabajo en las mismas.

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Las crecidas aguas del Río Ulúa, principalmente, siguen inundando las comunidades y cultivos a través de las más de 100 fisuras no reparadas nunca, de los bordos de contención.

En las últimas cinco décadas los fenómenos naturales se han cobrado la vida de unos quince mil compatriotas en el vulnerable Valle de Sula, y la última gran obra para prevenir las grandes y fatales inundaciones data del ya lejano año 2005.

Que oportuna y consecuente con esta realidad que vivimos en el país y en el Valle de Sula, particularmente, calza la premisa aquella de que no hay países subdesarrollados sino que mal gestionados.

Ha transcurrido ya un año y medio de la actual administración y durante todo este tiempo apenas se avanzó en la reparación de un par de kilómetros de bordos. Volverán en breve las lluvias, y de nuevo, las inundaciones, y otra vez, como siempre, miles de productores y familias en vulnerabilidad, pagarán las consecuencias de la negligencia o la indiferencia estatal.

¿No ha sido entonces indulgente e irresponsablemente incompetente el estado y quien lo gestiona cuando se deja de hacer lo que debió hacer para prevenir y mitigar semejantes consecuencias?. Vaya desgracia lo que la incompetencia genera.

El escenario catastrófico para la vida humana y el aparato productivo del Valle de Sula que la imprevisión edifica! La miseria humana, que no es más que la inacción, la indiferencia, la negligencia y la corrupción, no conoce límites éticos ni valores morales.

Y los que administran la gestión pública parecen ser más susceptibles a cometer ese tipo de pecado capital. Se trata de las talvés peores amenazas burocráticas, gerenciales y humanas que deplorablemente se convirtieron en la vulnerabilidad más grave que tiene en completa indefensión al pueblo hondureño.

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