Pero eso cambió el 13 de diciembre, cuando la Reserva Federal dio a entender que esperaba aplicar recortes de tres cuartos de punto porcentual a las tasas de interés en 2024 y casi respaldó las medidas expansivas de los mercados, lo que dio pie a un frenesí de compras para deleite de Wall Street.

A principios del mes, Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal, indicó que era prematuro hablar de plazos para recortar las tasas de interés. Ahora, afirma que están considerando aumentar la oferta monetaria por primera vez desde la subida de la inflación tras la pandemia de COVID-19.

¿Acaso este giro podría provocar un movimiento global hacia una flexibilización monetaria? Al momento de ir a prensa, se esperaba el anuncio del Banco de Inglaterra y el Banco Central Europeo sobre su decisión en términos de política monetaria. Al igual que Powell antes de esta semana, hace poco ambos bancos centrales habían rechazado la idea de que algunos recortes a las tasas de interés eran inminentes.

Lo irónico es que un cambio para expandir la oferta monetaria parece mucho más apropiado en Europa que en Estados Unidos, donde Powell le apuesta a que sigan las recientes buenas noticias sobre la inflación.

El factor principal detrás del giro es que la inflación ha experimentado una caída rápida. Es probable que Estados Unidos registre un crecimiento subyacente en los precios de menos del 3,5 por ciento para 2023 en general, en la medida preferida de la Reserva, en comparación con un crecimiento del 5,1 por ciento en 2022.

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Tras haber arrancado el año con predicciones sobre una recesión, ahora muchos economistas creen que pronto habrá condiciones favorables en Estados Unidos.

No obstante, la inflación no ha llegado al objetivo del dos por ciento de la Reserva Federal, y existe un riesgo considerable de que pronto deje de bajar. El mercado laboral todavía luce muy candente.

Aunque ha bajado el número de ofertas de empleo, las empresas crearon 199.000 empleos en noviembre, más del doble del crecimiento a largo plazo de la fuerza de trabajo, lo que ayudó a impulsar la tasa de desempleo a la baja al 3.7 por ciento. Los salarios siguen en aumento a una tasa demasiado acelerada para corresponder a una inflación del dos por ciento, incluso si se toma en cuenta el crecimiento de la productividad. Los consumidores gastan en abundancia.

La producción se encuentra un 7,4 por ciento por encima de su nivel prepandémico y, para sorpresa de todos, menos de un dos por ciento por debajo de su tendencia entre 2015 y 2019. La economía no parece necesitar en realidad ayuda de la Reserva.

En contraste, a la eurozona le caería muy bien un giro en su política monetaria. La inflación en el bloque de naciones ha bajado todavía más: la inflación subyacente, que no incluye alimentos no elaborados, energía, alcohol ni tabaco, se ha elevado a un ritmo anual de solo un 0,7 por ciento en los últimos tres meses.

Además, a diferencia de la economía de Estados Unidos, la de la eurozona no luce bien; varios estudios sugieren que tanto el sector manufacturero como el de servicios se están contrayendo. La producción languidece a un 5,3 por ciento por debajo de su tendencia prepandémica.

Es más difícil determinar las condiciones del mercado laboral europeo debido al gran retraso con que se comunican las cifras salariales. Pero las primeras señales parecen indicar un claro aumento en el mercado laboral, que probablemente parecerá un bajón cuando aparezcan los datos.

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La política económica es un factor que explica la divergencia trasatlántica en presiones inflacionarias. Estados Unidos aprobó estímulos equivalentes al 26 por ciento del PIB durante la pandemia; sus consumidores todavía están gastando el efectivo que acumularon gracias a esos apoyos y porque permanecieron en casa. El gobierno federal le sigue atizando el fuego a la economía. Su déficit subyacente alcanzó el 7,5 por ciento del PIB durante el ejercicio fiscal de 2023.

En contraste, las grandes economías de Europa solo concedieron apoyos de alrededor de la mitad del estímulo estadounidense como proporción del PIB durante la pandemia y en 2023 los miembros de la Unión Europea tendrán un déficit combinado de aproximadamente el 3,5 por ciento del PIB.

Mientras que el gasto desenfrenado al interior ha impulsado la inflación en Estados Unidos, la de Europa se ha debido en mayor grado a interrupciones en el abasto, incluida su crisis energética. Es probable que la inflación europea solo se mantenga en tanto ocurran nuevas conmociones en el suministro (el Reino Unido es un caso híbrido en que tanto el estímulo como las conmociones en el abasto fueron considerables).

Momento crucial

Por lo tanto, el Banco Central Europeo haría bien en aplicar una política muy expansiva en 2024. Mantener elevadas las tasas implicaría repetir sus traspiés contractivos de 2008 y 2011, años en que elevó las tasas y agravó los efectos de la crisis financiera global.

Debido a las circunstancias distintas de Estados Unidos, la Reserva Federal no corre el riesgo de cometer ese error. Pero el giro de Powell la pone en riesgo de cometer un error igual y opuesto.

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