Uno de los riesgos a que estamos expuestos los hondureños es la violencia política. Es un fenómeno que puede derivar hasta en un estado de pánico colectivo, hace tambalear la gobernabilidad y contamina la democracia, mientras destruye la voz del pueblo expresada en las urnas. A unos meses para que sean convocados los comicios primarios y a un poco más de un año para celebrar las elecciones generales, los aspirantes y líderes políticos han encendido el tono de sus enfrentamientos y de sus discursos de descrédito. Las diatribas están a la orden del día, las amenazas son el común denominador de las arengas proselitistas y los llamados a formar frentes de choque se han acentuado. En medio de este fuego cruzado, han emergido figuras que se han comprometido a rescatar a Honduras del sórdido socialismo, del odio y de la incapacidad en el ejercicio del poder. Nuestra democracia está reducida al forcejeo entre una caterva de aspirantes a tomar el poder político en el país que tienen una agenda vacía, porque ninguno parece tener un plan de nación, tampoco una visión de país. Unos, mantienen vivos los conceptos del capitalismo aciago y el neoliberalismo salvaje; otros, han derramado sus reproches a miembros de su mismo sello partidario, a quienes han tildado de “traidores”, “conspiradores” o “vasallos”. Los hondureños deberíamos de reflejarnos en lo que sucede en Venezuela, donde la batalla entre la oposición y el “chavismo” en su expresión más extrema no sólo amenaza con destruir más la institucionalidad del país sudamericano, sino que da visos de explotar en una violencia a sangre y muerte. Abiertamente, el dictador Nicolás Maduro ha advertido que habrá “un baño de sangre” si no resulta ser el ganador de los comicios del domingo entrante, en tanto sectores mayoritarios de venezolanos ya se preparan para abandonar el país antes que seguir sometidos a la tiranía implantada en aquella nación sudamericana. En la vecina Nicaragua, la persecución desatada contra los adversarios al régimen, las iglesias, las organizaciones de derechos humanos y los organismos de la sociedad civil ha ido en escalada y alcanzado sus niveles de “brutalidad”. Y si nos situamos en Haití, nos vemos en el espejo de un país donde las bandas criminales usurparon la actividad política, desestabilizaron la gobernabilidad y provocaron una convulsión que ha hundido en mayor calamidad a esa nación caribeña. En el proceso comicial anterior, entre 2020 y 2021, en Honduras se registraron unos 60 incidentes de violencia política y una docena de muertes vinculadas con las campañas proselitistas. Nuestros líderes se han negado a adecentar sus pasos y avenirse a la voluntad popular que no es otra que la de construir una institucionalidad genuina y alcanzar la estatura del estadista que necesita el país, donde los signos de violencia política son evidentes y de “ verdadero riesgo”.