No es un mal de reciente data, más bien ha sido una constante que en el servicio exterior se cometan abusos de todo acento.

Ha sido consuetudinario que el nombramiento de funcionarios esté mediatizado por el tráfico de influencias, el pago de favores políticos, la contaminada herencia generacional y las  motivaciones que cercenan los principios de la carrera diplomática.

Los méritos curriculares de los personajes  propuestos a responsabilidades en el servicio exterior de Honduras No ha sido tomado en cuenta ni antes ni ahora. Las parentelas, los amigos y los socios políticos dominan la designación de nuestros representantes ante la comunidad internacional.

Basta con revisar las nóminas de los embajadores, los cónsules, los secretarios y los encargados de  negocios o agregados y otros cargos para que lleguemos a una simple conclusión: nuestros diplomáticos forman una gran telaraña de personalidades que llegaron a tales alturas por recomendaciones especiales, por puras  peticiones forzadas o por el reclamo de derechos mal adquiridos.

Éste es el sello distintivo de nuestras delegaciones en Centroamérica, en Estados Unidos, Canadá, México, Sudamérica, Europa y Asia.

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Esta legión de diplomáticos hondureños, la inmensa mayoría sin carrera, realmente es una carga para el país.

Su gestión es muy pobre tal y como se deduce de las denuncias que suelen exponer nuestros compatriotas en el sentido que la atención ofrecida por nuestras embajadas y consulados es pésima,  a pesar del ejército que labora en dichas sedes con altos salarios que no son recíprocos con las escasas horas de labor que desempeñan diariamente.

El servicio exterior es un oneroso aparato que le ha costado a las finanzas públicas un mínimo de mil millones de lempira en cada uno de los últimos períodos gubernamentales.

Es un lastre en una época en la que  nuestros recursos escasean por la caída de nuestra economía que, a su vez, arrastra al fandango de la pobreza a siete de cada diez personas en Honduras.

El esfuerzo y sacrificio lo asumen nuestros compatriotas en el exterior, quienes anualmente envían entre 5,000 y 6,000 millones de dólares en remesas, una de las primeras fuentes de soporte de la economía nacional.

En contraposición, son muy escasos los frutos de nuestras misiones internacionales, sobre todo en las circunstancias calamitosas que sufrimos como resultado de la pandemia.

Es válido plantear, una vez más, que sea revisado con conciencia el papel de nuestro servicio exterior, el cual tendría que estar enmarcado en probados méritos y guardar equilibrio con los tiempos de crisis profunda.

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