Las votaciones convocadas para este domingo, con motivo de la elección de las nuevas autoridades del país, representan una nueva cita con la democracia, un sistema que la misma clase política ha convertido en uno degradado en su calidad y en sus funciones.

El escenario que se presenta en esta oportunidad es muy distinto de las experiencias que los hondureños hemos vivido en las justas anteriores.

En el pasado inmediato, las elecciones se realizaron en el marco de una situación apremiante derivada de la crisis política que fracturó la institucionalidad y que polarizó a los hondureños en todos los órdenes.

El propósito capital era, entonces, crear un clima favorable para restaurar el tejido social, reactivar el aparato productivo y volver a darle legitimidad a la estructura democrática que había sido dañada profundamente por la crisis política de hace más de una década.

Todavía no hemos superado las secuelas del traumático capítulo de 2009. Añadimos a este imponderable que los aspirantes a la Primera Magistratura nos han llevado de nuevo al escenario de la lucha ideológica entre la democracia y el comunismo, sin dejar de lado un hecho: La población está harta de las promesas incumplidas de los políticos y de la realidad de un país que se hunde.

Nuestra hibueras país está gravemente herida por la pobreza, el desequilibrio económico, la corrupción y la impunidad. Compartimos la sentencia de reputados politólogos y analistas en términos de que la República, el Estado de Derecho y el basamento institucional del país se derrumbó.

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El objetivo sigue siendo consolidar nuestras instituciones y hacer que la democracia responda en verdad a las necesidades de nuestro pueblo. 

Por ello es que una de las primeras demandas expresadas por los sectores mayoritarios del país a los líderes y dirigentes partidarios es velar por la transparencia de las votaciones de este domingo.

Nos hacemos eco de los pronunciamientos de la Iglesia, de los empresarios, de los académicos, de entidades de la sociedad civil y de los organismos de cooperación internacional que propugnan por que los comicios sean limpios y de alto civismo.

Somos nosotros, el pueblo, quienes estamos llamados a reivindicar nuestro legítimo derecho a elegir a los depositarios del poder de la nación, reclamar la renovación de la clase política y marcar el paso desde una democracia electorera a una democracia inclusiva.

Debemos apostarle a la profundización de la democracia, el fortalecimiento del Estado de Derecho. Este 28 de noviembre tenemos que dar muestras que queremos vivir en democracia, en paz y sobre el sendero de la permanente búsqueda del bien común.

Este domingo participemos masivamente en las elecciones generales, con espíritu patriótico y conscientes de que debemos elegir a los hombres y mujeres con las mejores credenciales para dirigir Honduras. Está en juego el destino de nuestro país.

¡Que el ejercicio del sufragio sea una fiesta cívico-democrática, que nuestro voto cuente a favor de Honduras y que nuestra causa sea integrarnos en un solo objetivo: construir un país grande y próspero!