A paso acelerado parece ir el proceso de destrucción de las empresas de servicio público, en singular de la Empresa Nacional de Energía Eléctrica (ENEE).

El estado de la institución muestra que sus finanzas están derrumbadas, la administración es desastrosa y la operación tocó fondo por su ineficiencia.

De sobra es conocido que la estatal eléctrica entró hace muchas décadas en deterioro en todos los órdenes, por obra de algunos políticos inescrupulosos asociados con ciertos grupos económicosvoraces, además de oportunistas en el arte de amasar utilidades sobre la quiebra de las cosas públicas.

A unas cuantas semanas para que los hondureños acudamos a las urnas y a unos pocos meses para que las actuales autoridades concluyan su gestión, tenemos la percepción de que existe un empecinamiento en desmantelar a la ENEE para entregarla al mejor postor.

No es otro el mensaje que envían los diputados del Congreso Nacional, en virtud de la iniciativa que plantea la división de la Enee en las ramas de generación, transformación y distribución que, en la práctica, es equivalente a una declaración de muerte de la entidad, repartición de sus despojos y transferencia a la égida privada.

La estatal eléctrica ha sido un agujero negro en las finanzas hondureñas. Su déficit es mayor a los 70, 000 millones de lempiras y sus pérdidas superan el 35 por ciento.

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Estos indicadores reafirman un hecho incontrastable: La Empresa de Energía Eléctrica está atrapada en la desgracia administrativa, el atolladero financiero y la mediocridad competitiva.

Los mismos políticos, en confabulación con sectores de poder económico y un bloque de rancios sindicalistas que solamente han obedecido a propósitos desviados, se encargaron en el transcurso de todos estos años de destruir la institución y cavar su sepultura.

La ENEE está más cerca de su fin. La Comisión Interventora nombrada para recupera la empresa fracasó estrepitosamente en su misión principal. 

Tampoco produjo resultados positivos que en los últimos tres años la Cámara Legislativa haya aprobado 1,300 millones de dólares para ser colocados en bonos soberanos y unos 11,700 millones de lempiras destinados a enfrentar los compromisos de la estatal eléctrica.

Está delimitada la división de la ENEE en las ramas de generación, transformación y distribución. La duda es si la “escisión” o fragmentación de la empresa es la respuesta para no dejar que se hunda o si es una “fachada administrativa-operativa o un maquillaje financiero”.

En el fondo, lo que ocurre es que se está entregando en fragmentos el patrimonio nuestro. ¿Acaso hay tiempo para devolverle los signos vitales y rescatar nuestras instituciones de servicio públicoemblemáticas, como la ENEE?

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