Los hondureños estamos convocados a las elecciones primarias que han sido programadas para marzo de 2021, en medio de una controversia mayor generada por la ruptura de los acuerdos alcanzados en torno a la nueva Ley Electoral.

Líderes de los partidos Liberal y Libre acusan a los nacionalistas en el poder de haber hecho malabares para fracturar los convenios pactados y de estar gestando un fraude electoral.

En réplica, los dirigentes del nacionalismo han tildado a sus adversarios de estar metidos en un “capricho” y de buscar un pretexto para deslindarse de las acusaciones que penden de ellos respecto a un presunto juego desleal tripartito en el que habrían entrado.

Sea como fuere, lo determinante es que los políticos nos han vuelto a enrollar en un marasmo. Nos mintieron cuando afirmaron que habían arribado a consensos alrededor de reglas claras y equitativas conducentes a adecentar los procesos electorales en pro de una democracia participativa.

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Al final de la jornada, la clase política ha vuelto a demostrar que su objetivo es mantener el desasosiego, alimentar el actual orden de cosas y afianzarse de los instrumentos que tienen consigo para trastocar los principios de la pluralidad y del respeto a la voluntad popular.

Lo que vuelve mucho más reprensibles las discrepancias entre el partido en el poder, sus principales opositores y las llamadas divisas “liliputienses” o “instituciones bisagras” que hacen tumulto en el escenario político hondureño, es su empecinamiento en crear una anarquía cuando estamos en una época en la que todos nuestros empeños deben estar dirigidos a planificar la reactivación de nuestro país.

Lo que observamos es un tropel de políticos ambiciosos, oportunistas e inconsecuentes que durante los seis meses que llevamos en emergencia, no han hecho una evaluación de su comportamiento desviado; tampoco han realizado un examen de su deslealtad con la población que les ha dado su respaldo en las urnas.

Estamos imbuidos en un nuevo sismo político a pocos meses del desarrollo de las justas primarias y cuando nos enrumbamos también a los comicios generales.

Cada uno de los grupos que brega en la política tiene sus propósitos puestos en su interés de gozar del tráfico de influencias y de los dividendos de su matrimonio con el poder. Su divorcio de las causas legítimas de la población es irrefutable.

A los políticos de patio nuestros, no parece importarles en absoluto que nuestro país se esté hundiendo en el fango de la corrupción, que sus finanzas hayan caído en ruinas o que más hondureños hayan pasado a la pobreza, sin empleo y sin acceso a sus derechos irrenunciables.

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Nuestros líderes y dirigentes no parecen estar comprometidos con la necesaria reactivación inteligente de Honduras, un paso que requiere de una conjugación de esfuerzos y de la reinvención de todos los sectores sin excepción.

La apuesta de los políticos es “suicida” si no se produce un adecentamiento en sus acciones, una renovación de su discurso y una limpieza en su agenda de administración de Honduras.

¿Está en peligro la estabilidad democrática? ¿Son capaces todavía los partidos políticos de construir consensos en medio de la crisis económica y social que vive Honduras?