Después de varios y cuestionados procesos eleccionarios,  en el país terminamos acuñando la marca electoral doméstica aquella de “elecciones estilo Honduras”.

Una marca nada halagadora que se acuñó a partir de las “mañosas”  manipulaciones y adulteraciones del padrón electoral, del documento de identidad, del sistema  electoral en general, inseguro, ineficiente, y ya en los últimos tiempos, inservible.  

No fue así nomás que a ese colapsado censo electoral, que muy a nuestro pesar sigue todavía vigente, se le detectaron no menos de 700 mil inconsistencias, que es igual a decir, las mismas señas y señales de las irregularidades que siempre le endosaron esa aureola de fraude y dudas a los resultados de las elecciones en Honduras. 

En ese censo estaban inscritos o registrados 200 mil hondureños que ya habían muerto incluso antes de entrar al nuevo milenio y que en los últimos seis procesos electorales,  “participaron”, vivitos y coleando, en la elección de los presidentes que han dirigido los destinos del país en los últimos 22 años.

Ya ven ustedes cómo fue que llegamos a acuñar la marca país “elecciones estilo Honduras" Centenares de miles de compatriotas que hace mucho tiempo atrás se fueron al norte buscando un mejor nivel de vida, seguían aquí ejerciendo el sufragio porque los buenos de nuestros políticos vieron que era fácil suplantar sus nombres y sus documentos de identidad, y amparados por un sistema inseguro e ineficiente, pues la cosa era tan sencilla como cuando uno moja el dedo en el bote de tinta.

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 De ahí la importancia y trascendencia que tiene para el país y para el orden democrático, la construcción de nuevo sistema electoral que debe derivar en la edificación de un confiable padrón electoral y  de un seguro documento de identificación nacional.     

Por eso es que el padrón electoral a través del cual pusieron a votar a más de 200 mil compatriotas que ya hace mucho tiempo atrás gozan de la paz del Señor, tiene que recibir el tiro de gracia!

El padrón electoral hondureño está viciado como el mismo sistema electoral, podrido! Y si pudiéramos aproximarnos a la cantidad de nombres de personas mal escritos y mal registrados, apellidos que no coinciden con el original y hasta el sexo de las personas inexacto o cambiado, refrendaremos más la nada envidiada marca país “elecciones estilo Honduras”.

Quienes ahora siguen urgiendo la prácticamente construcción de un  nuevo sistema, con todo y un nuevo padrón electoral y un nuevo y seguro documento de identidad, están en todo el derecho y razón de hacerlo, y nosotros -también buenos hondureños- de acompañarlos en su exigencia!

¿Cómo va a estar bien para la democracia y para la transparencia que aquí siguieran más de 200 mil difuntos votando, o que con un documento  de identidad que hace 25 años hemos venido utilizando, siguiéramos acudiendo a las urnas?

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Además de que terminamos convirtiéndonos  en cómplices de las “sinverguenzadas”  electorales que durante  décadas terminaron acuñando la marca país aquella, perdimos –como decía el finado periodista José Trino Murillo- la seriedad, el respeto, la dignidad,  al haber terminado aceptando portar un documento de identidad caduco con el que incluso no podíamos ya probar ni siquiera el sexo o el género. 

Abrigamos todas nuestras expectativas y esperanzas en que con un nuevo documento de identificación, ya no sea tan fácil o fácil hacer trampas en las urnas o en cantones electorales. Que un nuevo padrón electoral ya no les conceda el malsano ventajismo a aquellos con que alevosía y maldad ponían hasta votar los muertos.

 Este el momento que los hondureños tenemos que defender para que por fin tengamos un sistema confiable, seguro y adecuado en el manejo mismo de nuestros datos personales. Ya no podemos seguir tolerando que los políticos mañosos decidan quién va a regir nuestros propios destinos!   

De la voluntad política que la institucionalidad manifieste, sí, pero más de nuestra corresponsabilidad ciudadana y patriótica dependerá de que aquí, ya no más, los difuntos y los políticos mañosos, sigan rigiendo nuestras voluntades y hasta nuestro propio destino.