Aunque adolecía ya de pandémicas deficiencias, no hay duda que una víctima estructural del covid 19 ha sido el sistema educativo nacional, y con él, miles de estudiantes hondureños.

Con una de las tasas de exclusión, ausentismo y repitencia más altas en el continente, la pandemia del nuevo coronavirus -que ya se cobró la vida de decenas de docentes- ha agravado las deficientes condiciones del sistema educativo público, deteriorando a niveles hasta ahora insospechados, el proceso de aprendizaje y de transmisión de conocimientos a los más de dos millones y medio de niños y jóvenes matriculados este año.

La pandemia no ha hecho más que agravar el estado de deterioro en el que ya se encontraba, por ejemplo, la infraestructura escolar, pero peor, habrá empeorado más de lo que ya estaban, los indicadores de deserción, ausentismo y repitencia que históricamente han venido conspirando contra los niños y jóvenes de Honduras.

Si antes de que el covid se ensañara con el derecho a la educación que tiene la niñez y juventud hondureña, entre 60 y 80 mil alumnos eran reprobados o perdían el año lectivo, mientras más de 70 mil abandonan anualmente las aulas escolares, el impacto de la emergencia en el sistema educativo nacional tendrá consecuencias devastadoras!

Estamos frente a un escenario de consecuencias desconcertantes, agravado por la suspensión de las clases presenciales. La pandemia ha alterado dramáticamente todos los indicadores y parámetros pedagógicos.

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El vínculo presencial entre profesor y alumno se cortó abruptamente y la transmisión de conocimientos en el aula de clase, también. Como lo sabemos, Honduras no tiene un sistema de conectividad remota o digital y nuestro aparato de educación a distancia es igualmente limitado.

Si bien antes de la pandemia -insistimos- nuestro sistema ya tenía enormes fisuras y falencias, reflejadas en la desigualdad educativa y baja calidad de los aprendizajes, el impacto de la emergencia por covid nos obliga como país a diseñar una estrategia que debe ser el resultado del consenso entre gobierno, docentes, sociedad organizada, padres de familia.

 Pero,¿ y se ha hecho ya algo? El estado de coma en el que ha dejado la pandemia nuestro sistema nos obliga a preguntar y saber si acaso ya el rector de las políticas públicas, el estado, tiene ya definida una hoja de ruta a seguir, una visión clara respecto a cómo reabrir y regresar a clases.

Esto es de políticas definidas. Cómo se manejarán ahora los presupuestos, cómo se reactivarán los programas sociales paralelos al método pedagógico como la merienda escolar, cómo se compensará el tiempo de formación perdido, como funcionarán los protocolos de bioseguridad en las aulas de clase.

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Es decir, las políticas y procedimientos que rompan las cadenas de exclusión, marginación, desigualdad y precariedad del método aprendizaje en las aulas de clases.

Dicen que las crisis pueden ser también oportunidades y de esta emergencia podría salir también la gran reforma educativa que en Honduras urge desde hace décadas.

La niñez y la juventud de Honduras urgen de una inaplazable ya inversión en esfuerzos, compromisos, visión nacional en forma de políticas públicas, responsabilidad y sensibilidad con los que menos reciben y con los que más necesitan sentir que son también privilegiados de haber nacido en la amada patria.