El apagón más extenso, reflejado en las más de 24 horas que llegan a durar los racionamientos, un déficit acumulado de más de 75 mil millones de lempiras, y con las mayores pérdidas técnicas y no técnicas registradas en los últimos 20 años.

En el último año, sus pérdidas se dispararon arriba del 38 por ciento, lo que en términos contantes significaron más de siete mil millones de lempiras.

 Los apagones tienen a la economía nacional electrocutada, con pérdidas calculadas de hasta un 30 por ciento.

Sólo en el valle de sula, la pequeña y mediana industria ha venido reportando pérdidas diarias de hasta 15 millones de lempiras, mientras economistas independientes y expertos insisten en atribuir la aguda crisis energética a una gestión improvisada y burocrática, que nunca llegó a dimensionar la urgencia de licitar a tiempo la compra de al menos 240 megavatios de electricidad para prevenir, en su momento, la crítica situación por la que atraviesa el país.     

La crisis se agravó, hizo cortocircuito, pero muy pocos en el gobierno, han parecido tener claro ante lo que estamos. Es decir, a nadie o a muy pocos les ha “caído el veinte” mientras las protestas de pobladores y usuarios de la energía por las largas jornadas de racionamientos, han arreciado.                    

Ya pasaron más de dos años, cuando la titular del ejecutivo anunciaba en su toma de posesión, una profunda e inmediata refundación del subsector energético, la que supuestamente pasaría por la reestructuración operativa y la sostenibilidad financiera de la estatal eléctrica, pero dicha promesa en forma de compromiso terminó siendo como dicharacheramente decimos los hondureños, “más hojas que tamal”. 

El anunciado plan de rescate ha quedado “durmiendo el sueño de los justos”, a pesar de que toda la energía que se perdió en 2023, más de 22 mil millones de lempiras, fue la más alta de los últimos 20 años.

La situación de gravedad extrema en la que se encuentra postrada la estatal eléctrica, no da para seguir esperando más.  Hoy, talvez, estamos ya frente a lo que podría ser el colapso total de la empresa nacional de energía eléctrica.

La moribunda y otrora institución técnica, como todo el subsector eléctrico, terminó convertida en un reducto de burócratas y activistas enchambados cuyo único mérito fue el de estar en el censo del partido de gobierno o el de ser cercanos o adláteres de las altas “perperas” de la enseña rojinegra. 

Los agudos racionamientos, las pérdidas técnicas que anualmente le hacen perder a la ENEEE unos 35 mil millones de lempiras, la entronizada burocracia, y una tarifa que se vuelve asfixiante porque se paga por un servicio que no se recibe, nos tienen transitando por este oscuro pasaje, privándole al pueblo y al usuario, su derecho a un servicio público de calidad, y sin poder ver la luz al final del túnel o al final de cada día.