La lucha contra la impunidad y la corrupción debió haber empoderado ya en el consciente colectivo que frente a los vergonzosos y aborrecibles robos de los que ha sido víctima el pueblo hondureño, no se puede negociar ni tolerar más el olvido y el perdón.

¡En eso sí tenemos que estar claros y entendidos todos! Que nadie, los que nos estafaron con los hospitales móviles, los que saquearon el Seguro Social, como los que a través de todos los gobiernos que hemos tenido después del retorno al orden constitucional le dieron rienda suelta al latrocinio, escapen del brazo de la justicia.

Ahora justo que dos acusados por una de las peores estafas contra el pueblo hondureño están siendo enjuiciados, es imperativo, y hoy más que nunca, que tanto la institucionalidad como la ciudadanía, tengamos pero que bien grabado en la frente y en la conciencia, la inobjetable premisa que frente a la impunidad y la corrupción, no hay ya más tolerancia para el olvido y el perdón.

Es que de todas formas no hay otra manera de reparar el daño sufrido por el pueblo hondureño, y mucho menos, rescatar de la oscuridad moral una institucionalidad y una justicia corroídas por la descomposición estructural y ética.

El castigo que los responsables de la fraudulenta compra de los hospitales móviles deberán recibir, tanto los materiales como los intelectuales, además de ser un precedente, tiene que ser el punto de partida para una institucionalidad y una justicia obligadas a restañar en la medida de lo posible, el daño sufrido por el pueblo hondureño.

VEA: ¡Justicia contra los corruptos implicados en caso de los hospitales móviles!

Es que hasta ahora esta extraña justicia y esta institucionalidad acomodada y cómplice, le ha quedado a deber a la hondureñidad. Sino vean lo que ha pasado con este caso de las estructuras móviles, monumentos a la desidia y la corrupción. ¿Y todos los responsables de semejante estafa que ni siquiera han terminado de ser identificados? ¿Y los peces gordos que le dieron luz verde a la compra de los tales hospitales?

¿Quedará como otros expedientes fraudulentos que ha sufrido el país, y sin que nadie le rinda cuentas al soberano como ha sido una constante en la historia de Honduras? Decía el filósofo Séneca en su célebre y sabia frase que nada se parece tanto a la injusticia como la justicia tardía.

Porque si hay algo que el pueblo hondureño ha pagado con creces, además de la justicia tardía, cuando ésta alguna que otra vez se aplicó, han sido las consecuencias de la corrupción e impunidad. La eterna conjugación de factores que han llegado a sumir a Honduras en este estado de indefensión frente al delito.

Por eso es que aquí la impunidad ha echado raíces tan profundas como la corrupción y el saqueo. Por eso es que los alcances nefastos de la impunidad son tan parecidos y hasta iguales a los de otros delitos igualmente sin castigo y sin consecuencias en Honduras para quienes los cometen.

Ha sido para nuestro pesar y dolor, la otra pandemia que ha corroído los cimientos más profundos de la probidad, operatividad y efectividad de los entes fiscalizadores creados para perseguir el delito y resguardar a la ciudadanía misma.

La otra pandemia que ha sido, además, ¡el peor fraude a la confianza del sufrido pueblo hondureño!

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