Ha ido en contra de los valores fundamentales de la democracia. Ha resquebrajado el estado de derecho y hasta el tejido social. Distorsionó el sentido de misión que alguna vez pudo tener trazado la buena política. Precarizó la gobernabilidad y legitimidad de la institucionalidad constituida.

Ha sido un proceso involutivo, de franco retroceso para el país, que al tiempo que le pasó la primer factura a la institucionalidad partidista, le hizo un daño terrible a toda la sociedad.

Una auténtica tragedia para la gobernabilidad y la legitimidad democrática; una franca precariedad que no ha sido, obviamente, nada saludable para el país, y menos, para las instituciones democráticas.

"Los políticos ya decidieron desconocer las leyes e imponerse por el poder", nos decía ayer en este mismo espacio matutino, un reconocido y juicioso analista del foro nacional.

Grave premoción, porque los riesgos y las consecuencias las estamos pagando hoy. División, polarización, odio, venganza, persecución, destierro, desconfianza, desesperanza, desánimo. No es por otra cosa que siete de cada diez hondureños quisieran emigrar incluso en condiciones irregulares. 

De su interés Anarquía, politiquería y problemas sin respuesta

Todo lo que ha sido contrario a la rectitud, al compromiso, al bien común y a la solidaridad, es lo que hoy tiene al 76 por ciento de los hogares hondureños en condiciones de pobreza.  

Aquí no es difícil entender porque en honduras la democracia ha venido “haciendo aguas”. Por eso es que han "naufragado" los mecanismos para instaurar un estado de derecho, en donde se respeten las garantias individuales  y la participación ciudadana.

La mala política; los políticos que renunciaron a los eternos valores de la ética y la solidaridad hacia sus semejantes. Políticos que no han hecho valer la autoridad de la verdad y la legitimidad que otorga el compromiso y la consecución del bien común.

Ayer, en esta casa de radio, el político del oficialismo que promovió en el congreso la derogación de la ley de empleo hora, reconocía, un año después de aquel tremendo zarpazo a la generación de trabajo, que hoy en honduras hay serios problemas de desempleo. La política partidista vernácula va a sobrevivir sólo y si reiventa sus líneas de conducta y encausa su erróneo comportamiento.

Una clase política, como ésta que hemos tenido, carente de humanismo, legitimidad y confianza, no nos servirá, como no nos sirvió, para lograr el gran objetivo de sacar de la pobreza a esos siete de cada diez hondureños, sumidos también en el desánimo y la pérdida de la esperanza.

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